Escritora
Silvina Ocampo debería tener un lugar más notorio en las letras argentinas. No hay un trabajo crítico orgánico sobre su narrativa; sólo un enfoque de interés sobre su lenguaje y un estudio en torno a su poesía. Sin embargo, se han interesado por sus libros y la han leído figuras como J. L. Borges, I. Calvino, E. Martínez Estrada, A. Pizarnik, entre otros.
Hoy es unánime la opinión de que la suya es una de las mejores producciones de la literatura argentina. Su estilo, a la vez clásico y audaz, guarda siempre el don de la sorpresa y la frescura. Sus temas, tan universales como la infancia, las relaciones humanas, la naturaleza, el bien y el mal, están vistos bajo la lente transformadora y ambigua de lo onírico, la magia y el absurdo.
En su primera obra publicada, Viaje olvidado (1937) encontramos cuentos escritos en primera persona con la ilusión del enunciado autobiográfico, en un espacio en el que las cosas se fragmentan, se seccionan, mediante la utilización de una ironía o humor que subvierte el sentido común, como en Lewis Carroll.
En su primer poemario, Espacios Métricos (1945), obra que mereció el Premio Municipal de Poesía, se entrecruzan la plástica y la poesía, “el sueño y la vigilia, lo actual y lo pretérito, lo real y lo absurdo”. (Ezequiel Martínez Estrada, en: Revista Sur, N° 137, Buenos Aires, 1946).
Silvina comenzó a ser reconocida en los círculos literarios; como lo prueba haber recibido el Premio Nacional de Poesía, en 1953, por Los nombres; obra poética donde la función del lenguaje es metalingüística. Y, nuevamente, el Premio Nacional de Poesía, en 1962, por su libro Lo amargo por dulce.
Sin embargo, ella ha trascendido por sus cuentos a través de obras como Los días de la noche (1970), o La furia (1959) y los relatos que aparecen en la recopilación Las repeticiones y otros cuentos inéditos, publicados de manera póstuma en 2006.
Para Silvina Ocampo, la literatura tuvo el mismo lugar que su lenguaje promueve: el lugar del mito, el de la retórica como reflexión sobre el lenguaje y, sobre todo, el lugar donde no debería existir el tiempo.
Siempre la rondaron temas como las reminiscencias, las plantas y jardines, las mansiones con sus objetos de decoración. Más tarde, las sombrereras, las modistas, los amantes de las plazas, los hoteles, las enfermeras, las videntes.
Eternamente misteriosa y algo desconocida en su valor, la original poeta y cuentista argentina Silvina Ocampo, fue también traductora y autora de literatura infantil.
Coautora
Escribir en colaboración fue un rasgo característico de Silvina. Junto a Adolfo Bioy Casares y a Jorge Luis Borges publicaron en 1940, la Antología de la Literatura Fantástica y, en 1941, la Antología Poética Argentina.
Es conocida la importancia que tiene, en el desarrollo de la literatura argentina, la existencia de una corriente fantástica que se expresó en la narrativa desde fines del siglo XIX. Este fenómeno ha sido abordado por las reflexiones de narradores como Borges, Bioy, Cortázar y la misma Silvina Ocampo. La principal dificultad pareciera venir de la formulación de un concepto de literatura fantástica: se la acepta como un género o subgénero, en tanto presenta ciertas constantes temáticas en el universo de la ficción, por la presencia de lo sobrenatural o lo extraordinario, que la distingue de la literatura verosímil o realista.
En el estudio preliminar que realizó Adolfo Bioy Casares a la Antología de la Literatura Fantástica, escrita junto a Borges y Silvina, Bioy señalaba la existencia de una tradición de lo fantástico en la literatura universal; y esbozaba las dificultades de precisar “leyes o rasgos generales”. Hecha la salvedad, Bioy formulaba una posible caracterización o tipología en base a recursos y temas de un corpus universal del género, no exento de la arbitrariedad que este tipo de taxonomía suele implicar.
Cuando Marcelo Pichón Riviére le preguntó a Silvina sobre sus cuentos, la autora respondió: “Detesto catalogar, tal libro, tal fecha, etc. Lo detesto. Toda la vida es un solo momento.” (En:Revista Panorama. Buenos Aires, noviembre de 1974).
No fueron la novela ni el teatro los géneros más cultivados por Silvina. Algunas de sus experiencias fueron la creación conjunta de Los que aman, odian, novela policial escrita con su marido A. Bioy Casares, en 1946. Y la pieza teatral Los traidores, drama en verso, en coautoría con Juan Rodolfo Wilcok, en 1956.
Por último, Silvina produjo bellas poesías para Árboles de Buenos Aires, con la colaboración artística del fotógrafo Aldo Sessa, en 1980; obra calificada como “un reportaje poético que describe, interroga, compara y celebra la presencia de esos dioses cautivos que son para ella los árboles” (Eduardo Paz Leston, Diario La Opinión, 3/2/80).
Hermana de Victoria
Silvina Inocencia Ocampo nació en Buenos Aires, en 1903. Era la hija menor de seis hermanos concebidos por la pareja de Manuel Silvio Ocampo y Ramona Aguirre. “Yo no me crié con el español sino con el francés y el inglés. Cuando tenía cuatro años, estábamos en París”. La diferencia entre el español y las lenguas mencionadas por Silvina como maternas, fue un rasgo distintivo, quizás tanto como en Borges: para ambos, el español fue una ausencia inicial que sólo la escritura pudo nombrar.
En su juventud, Silvina estudió dibujo en París con el maestro surrealista Giorgio de Chirico.
En ocasión de publicarse su primer libro, Viaje Olvidado, su hermana Victoria comentaba en la Revista Sur (N° 35, 1937) el acontecimiento.
No podía tomar suficiente distancia, confundiendo su mayoría de edad con un derecho de autoridad literaria sobre Silvina; es que Victoria no alcanzaba a diferenciar los recuerdos familiares de la escritura, mientras que Silvina comenzó a separarlos. “En nuestra familia, este género de ambición no había desvelado a nadie que yo sepa”, dice Victoria, y más adelante advierte: “Una atmósfera que le es propia, donde las cosas más disparatadas, más incongruentes están cerca y caminan abrazadas, como en los sueños”, adelantando los efectos de la narrativa de Silvina, que la crítica posterior marcó.
No debe haber sido fácil ser la hermana menor de la imponente Victoria, mentora de tantas ilustres figuras de la cultura de la época. No obstante, fue justamente en esa revista emblemática fundada y dirigida por su hermana mayor, donde se publicaron artículos que dieron a conocer, por aquel entonces, la obra de Silvina.
Al editarse, en 1942, su libro de poemas Enumeración de la patria, Borges celebró a la nueva poeta, escribiendo un artículo en la revista Sur (Nº 101, 1943) “...poetas y novelistas ignoran el mundo visible o lo reducen a unos pocos símbolos heredados. Todas las flores son la rosa, el ruiseñor es todos los pájaros, el silencio y la lámpara son la noche. No así, por cierto en Enumeración de la patria” y la comparó con Walt Whitman. “Hace tiempo que las muchas literaturas cuyo idioma es el español no producen un libro tan diverso y tan continuamente admirable”.
Ella ocupó – quizá deliberadamente- en medio de Victoria, Georgie y Bioy, el lugar de la excéntrica: “Mi calidad literaria puede ser una ilusión”, dijo.
Era muchas mujeres en una mujer. Borges decía: "Yo sospecho que para Silvina Ocampo, Silvina Ocampo es una de tantas personas con las que tiene que alternar durante su residencia en la tierra.
Esposa de Bioy Casares
La madre de Bioy Casares, amiga de la familia Ocampo, fue la persona que fomentó el encuentro entre los futuros amantes.
Silvina quedó prendada por la belleza, la fuerza y la virilidad de Adolfo Bioy Casares. La diferencia de edad entre ambos –ella era once años mayor-generó la oposición de los padres de él. Pese a todo, vivieron juntos y, en 1940 se casaron, con Borges como testigo.
El suegro viudo se mudó a vivir con la pareja; no tenía buena relación con Silvina, la consideraba muy mayor y fea para estar con su Adolfo y, para colmo de males, no podía tener hijos.
Tal vez, la diferencia de edad, su timidez y retraimiento, sumado a la fama de mujeriego de su esposo, la transformaron en una mujer temerosa de no poder retener al hombre amado. Su intuición no estaba tan errada. Hace poco tiempo, se dieron a conocer unas cartas de amor entre Bioy y Elena Garro, esposa de Octavio Paz.
Pese a las diferencias, él sintió que se moría un poco, cuando un día Silvina se desvaneció. Estaba enferma de meningitis. ¡Lástima que ella no estaba conciente para ver la reacción de su amado!, porque en ese momento, hubiera comprobado que él jamás la abandonaría.
Cuando se repuso, viajó con Adolfo a Francia para buscar a una beba a la que la pareja adoptaría. Marta logró despertar el amor de Silvina, que fue una madre compañera y cariñosa. Se comportó de igual forma con sus nietos Florencio, Lucila y Victoria.
Cierto día, Silvina viajaba en taxi y comenzó a garabatear un poema. Bioy –que estaba a su lado- iba leyendo el escrito y descubrió en su esposa un enorme talento; se encargó de alentarla y hacerla crecer.
Ambos prepararon junto a Jorge Luis Borges, la Antología de la Literatura Fantástica (1940). La amistad con “Georgie” les permitió no sólo compartir el oficio y el amor por la literatura, sino disfrutar, divertirse imaginando situaciones y escribiendo juntos. Así surgió, en 1941, la Antología Poética Argentina. Adolfo y Silvina también crearon la novela policial Los que aman, odian (1946).
Cuando Borges y Bioy trabajaban en colaboración, Silvina también se dedicaba a la escritura. Contaba Bioy que utilizaban la misma máquina de escribir y que compartían la secretaria, pero que ella no tenía disciplina, cosa que puede advertirse en sus relatos.
Bioy vivió intensamente junto a Silvina, hasta que en 1994 ella murió.