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Roberto Arlt
Roberto Arlt

Hombre

Roberto Godofredo Christophersen Arlt nació en Flores el 2 de abril de 1900. El diría que había nacido el 7 de abril, el 26 de abril, porque le gustaba jugar con el cambio de fecha de su nacimiento.

Hijo de Karl Arlt, alemán de Posen en Polonia, desertor del ejército imperial y de Ekatherine Iobstraibitzer, una tirolesa que vivió en Trieste, de lengua natal italiana.

Como la inmigración urbana de comienzos de siglo XX, vivían penosamente. El padre -un soplador de vidrio también capaz de confeccionar tarjetas postales art nouveau- era un bohemio; abandonaba durante meses a su familia para trabajar en las compañías yerbateras de Corrientes y Misiones, y volvía con las manos vacías. Su autoritarismo tornó difícil la relación con el hijo varón. El conflicto entre ambos se hizo insostenible y Roberto abandonó la casa apenas salido de la adolescencia; reflejado en la obra de Arlt: en sus novelas, cuando el padre existe como personaje es caracterizado como nocivo para los hijos; casi ninguno de sus protagonistas asume la paternidad ni tiene hijos, a excepción de Balder en El amor brujo, donde se lo presenta insensible hacia el niño y sus necesidades.

Ekatherine guió las primeras lecturas de Roberto. Era una madre imaginativa, melancólica, con sensibilidad estética; en cierto momento se volcó al estudio de la astrología y las experiencias parapsíquicas, inquietudes que repercutieron en Roberto: El Astrólogo será uno de los personajes de su novela Los siete locos.

Desde chico, como su personaje de “El juguete rabioso”, desempeñó diversos oficios y pequeños empleos: dependiente de librería, aprendiz de hojalatero, mecánico, corredor de artículos varios. Sus primeros contactos con la literatura se realizaron a partir de la lectura de folletines y del precoz acercamiento a las bibliotecas de barrio.

A los dieciséis años se fue a vivir a Córdoba y trabajó duramente para ganarse la vida. Tenía 20 años cuando se casó con Carmen Antinucci.  De esa relación nació su hija Mirta. Los negocios fracasaban y el dinero se acababa. El juguete rabioso -manuscrito hecho con frustración respecto de su matrimonio-  y una esposa atacada por la tuberculosis, fue lo poco que trajo cuando regresó a Buenos Aires. Vivían constantes situaciones de conflicto que se revelan una y otra vez en sus libros.

Buscando estabilizar su situación material, Arlt retomó su vieja afición de inventor. Creyó  que alguno de sus hallazgos lo sacaría de la miseria en que vivía.

En 1940 murió su esposa. El 25 de mayo de ese año, Arlt y Elisabeth Shine -con quien trabajaba en la editorial Haynes- se escaparon a Uruguay y se casaron en secreto, porque el jefe de Elisabeth quería una secretaria soltera y no una que compartiera sus secretos con el inquietante Arlt. Con ella tuvo un hijo varón, Robertito, a quien su padre no llegó a conocer.

 

Escritor

Arlt publicó su primera novela en 1926, fecha clave para la literatura argentina: se publicaron ese mismo año Los desterrados, de Horacio Quiroga; Don Segundo Sombra, de Ricardo Güiraldes, Zogoibi, de Enrique Larreta y Cuentos para una inglesa desesperada, de Eduardo Mallea. El juguete rabioso, quizás la obra de Arlt más lograda, de la que se ha dicho que es la más autobiográfica, fue escrita en primera persona y refiere cuatro momentos en la vida de Silvio Astier, adolescente que busca simplemente un destino. Planteada como novela de aprendizaje, tiene una insólita limpieza de construcción yes de signo opuesto a la historia del reserito de Güiraldes. Novela de iniciación, no a la manera de Goethe, sino en una tradición “negra” sin precedentes en nuestra literatura, siguiendo –tal vez y no a sabiendas-, los pasos del Marqués de Sade y del Conde de Lautréamont.

Los siete locos (1929) y Los lanzallamas (1931, continuación de Los siete locos) plantean un mundo más complejo en el que los seres marginados que son sus personajes – Erdosain, la Renga, la Bizca, el Rufián melancólico, Ergueta -, viven la irrealidad del proyecto de realizar una revolución para cambiar el mundo, costeada con lo producido por una sociedad prostibularia.

Arlt habla de una “revolución”  poco antes del golpe de estado del 6 de septiembre de 1930. ¿Puede atribuirse carácter premonitorio a su creación? Sus tres primeras novelas dan cuenta de la crisis que se vivió en esa década y de la angustia y de la miseria de las clases humildes.

En 1932, El amor brujo, última novela de Arlt, no es la más lograda, pero aborda de manera inusual el problema de la represión sexual,  la hipocresía en una sociedad rígidamente estructurada que convive con la prostitución legal y la culpa.

Su obra narrativa (cuatro novelas, un relato largo y veinticinco cuentos) es una extraña mezcla de romanticismo nihilista y existencialismo, con clara connotación social, cuyos personajes alcanzan categoría de arquetipo.

El teatro también se situó en el centro de su inquietud creadora. Así, una tras otra, estrenó: 300 millones, La isla desierta, Saverio el cruel, El fabricante de fantasmas, La fiesta del hierro.

En el prólogo a “Los lanzallamas” había hecho toda una declaración de principios: “El futuro es nuestro, por prepotencia de trabajo. Crearemos nuestra literatura, no conversando continuamente de literatura, sino escribiendo en orgullosa soledad libros que encierren la violencia de un ‘cross’ a la mandíbula. Sí, un libro tras otro, y ‘que los eunucos bufen’”.

 

Periodista

Arlt había presentado El juguete rabioso en la Editorial Claridad, pero no fue publicado porque a uno de los asesores de la empresa, Elías Castelnuovo,  no le agradó el libro -que sería editado finalmente en 1926-.  Hacia 1916 se inició en el periodismo, actividad que le proporcionó el principal ingreso hasta su muerte y le permitió relacionarse con los círculos literarios porteños.

Sus amigos Ricardo Güiraldes y su esposa Adelina del Carril, abrieron las puertas al mundo de las letras al joven creador y lo nombraron su secretario. Fue Güiraldes quien trató de domar la expresividad de Arlt, de pulir su lenguaje, de corregir esas faltas de ortografía que luego serían tantas veces citadas, y que para él eran un desafío a la literatura “bien hecha”.

Muerto Güiraldes, Arlt se dedicó al periodismo en Don Goyo, revista humorística dirigida por otro amigo, Conrado Nalé Roxlo; luego fue cronista policial en Crítica,  diario de los hermanos Botana; y, finalmente, en El Mundo donde se consagró con la inolvidable serie de sus Aguafuertes porteñas de neto sabor costumbrista, que marcaron día a día, uno de los grandes éxitos del periodismo argentino y dieron nueva vida a la picaresca de la gran ciudad.

Las aguafuertes eran crónicas cotidianas sobre la ciudad y una manera de ironizar los tipos más característicos que circulaban en ella, prototipos de sus habitantes: el solterón, el mentiroso, el poltrón filosófico, el siniestro mirón, los tomadores de sol, el hombre que se tira a muerto, el turco que juega y sueña, el parásito jovial, el “hombre corcho”, el que siempre da la razón, el “furbo”, el marido de la victrolera, los que fantasean con la “grande” y tantos otros personajes pintorescos surgidos de esa nueva ciudad aluvional, sacudida por la ola inmigratoria y los cambios sociales.  Están presentes los oficios raros, la decadencia de la receta médica, la vida contemplativa, entre otras cuestiones.

El periodismo fue una forma básica de expresión y vida para Arlt durante toda su existencia; un modesto medio de subsistencia y una de las vetas principales de su vocación, que le dio materia para algunas de sus obras más personales y notoriedad en el costumbrismo literario argentino.

 

Inventor

Arlt creyó seriamente en sus hallazgos… aún cuando comprobó la poca atención que iba a merecer su persistente carrera de inventor, pasión que encontró un eco notable en su obra literaria.

En 1934, patentó un procedimiento de su invención para fabricar medias de mujer que no se corrieran. Uno de sus escritos revelaban los sueños del escritor: “se trata de medias con puntera y talón reforzado con caucho o derivados”.  Esas medias que lo sacarían de la inestabilidad económica y le permitirían escribir en paz. Le dijo en una carta a su hija Mirta: “Tendrán que usar mis medias o andar sin medias en invierno. No hay disyuntivas”.

Junto al actor Pascual Naccarati instaló un pequeño laboratorio en la localidad bonaerense de Lanús, donde había -entre otros artefactos- un autoclave, un barómetro y una pierna de duraluminio certificando que los socios habían decidido explotar el invento de Arlt con toda seriedad. Las primeras medias no fueron un dechado de perfección y siguieron ensayando.

Arlt encomendaba el porvenir a sus medias. Comentaba Elisabeth Shine -su segunda esposa- que por la mañana se dedicaba a experimentar con las medias, luego almorzaban rápidamente y continuaba con el asunto medias, al que le dedicaba todo el tiempo que podía, robándoselo a otras actividades: la relación de la pareja, la elaboración de sus libros. Elisabeth le rogaba una y otra vez que sólo escribiera y que abandonara el invento de las medias; también se lo pedía el hombre que le vendía el látex con el que preparaba sus mágicas pociones.

Pero él estaba obsesionado, creía que su invento le permitiría alcanzar el bienestar económico que nunca había tenido y que, luego, podría dedicarse a disfrutar de la escritura. Confesaba en el prólogo de Los lanzallamas: “Orgullosamente afirmo que escribir, para mí, constituye un lujo. No dispongo, como otros escritores, de rentas, tiempo o sedantes empleos nacionales. Ganarse la vida escribiendo es penoso y rudo. Máxime si cuando se trabaja se piensa que existe gente a quien la preocupación de buscarse distracciones le produce surmenage”.

En la madrugada del 26 de julio de 1942, después de un ensayo en el Teatro del Pueblo lo sorprendió la muerte; por entonces estaba escribiendo acerca de la Atlántida. Murió mientras suponía próximo el triunfo de su invento, en el que creyó tanto como en sus libros.