Dirección General de Cultura y Educación
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Sitio Especial 29 de Julio


Campos Culturales

Cartilla Patriótica, publicación del Consejo Nacional de Educación, Buenos Aires, 1942. Incluía textos destinados a exaltar el patriotismo como Patria de Joaquín V. González, El  General Manuel Belgrano de Bartolomé Mitre; láminas con mapa de la República Argentina y símbolos patrios a color.

En Argentina, sobre todo en las primeras décadas del siglo XX, la educación pública estuvo fuertemente ligada a la configuración de una cultura homogeneizadora a la vez que universalista, que aportara a la construcción de un sentimiento de identidad, de arraigo, de patriotismo. Se realizaron estudios comparando los sistemas educativos de diferentes países europeos y se estructuraron planes tendientes a generar una población étnica y culturalmente uniforme que tuviera conciencia de la argentinidad, tal el trabajo realizado por Ricardo Rojas.

Lo cierto es que esta capacidad del Estado argentino de modelar sujetos individuales y colectivos, coexistió con una sociedad diversa, con configuraciones sociales y culturales distintas. Entonces, no es posible hablar de sociedades que tengan una cultura homogénea, sino que, existen en ella diferentes campos culturales que, en general, se desarrollan por fuera de las instituciones del Estado.

La cultura puede entenderse como un campo de lucha en el cual se enfrentan la cultura dominante o hegemónica y las culturas populares o subalternas. Los campos, son por un lado, espacios donde se construye una visión interpretativa, una mirada de conjunto y, por otro, dispositivos que posibilitan la existencia de objetos, discursos, sujetos, conocimientos y acciones. En sociedades contemporáneas suelen diferenciarse tres campos culturales: la cultura de elite, la cultura popular y la cultura de masas.

La dicotomía sarmientina “civilización vs. barbarie”, perméo –y aún permea- la interpretación de las formas culturales en Argentina que ha llevado a contraponer la cultura de elite, culta o alta con la cultura popular o baja, esta última calificación cargada de un matiz peyorativo. La civilización se concebía como sacralización del poder, no aceptando lo diferente, lo nuevo y necesitando incluso de la violencia para instalar los valores que considera constructivos. Los integrantes de ese núcleo cultural popular eran y son considerados como objetos pasibles de una transformación inevitable; hay que enseñarles a pensar, a vestirse, a comportarse como “personas civilizadas”.

Cultura de elite es la que se entiende como símbolo de pertenencia de un núcleo privilegiado, los sectores socioeconómicos más poderosos. Está conformada por aquellas personas que se han cultivado; que tuvieron posibilidad de participar no sólo de sistemas formales de educación, sino de otros circuitos privados destinados a desarrollar “el buen gusto” por el ballet o la ópera; visitar instituciones culturales, academias, museos, galerías de arte, espacios desde donde se pretende legitimar valorando como culto o no culto determinada obra, creación, producción. Al ser la cultura hegemónica, logra instalar y universalizar los cánones de belleza, buenos modales, modos de entender el mundo; esto es posible porque aquellos que no participan de la cultura de elite terminan siendo persuadidos de que esos valores son los mejores, los que hay que imitar. En Argentina, la cultura de elite se constituyó a partir de la combinación de la tradición “universal” y el elemento “criollo”. La elite tiene una tendencia a aislarse porque siente un abismo con el resto de los campos culturales de la sociedad.

Consideraremos que las culturas populares están conformadas por una heterogeneidad de manifestaciones, prácticas, creencias colectivas, sentimientos, costumbres, ritos cuyo aprendizaje y transmisión de generación en generación las propias comunidades herederas de esos contenidos culturales específicos. Debido a la ambigüedad del concepto de lo popular no puede restringirse a ciertos grupos sociales o económicos, sin embargo, el antropólogo mexicano Guillermo Bonfil Batalla afirma que: "Un primer rasgo que llama la atención es que la cultura popular no se define ahora en términos culturales sino en términos sociales. Esto es: no se intenta conceptualizar a la cultura popular a partir de ciertos contenidos específicos o de la presencia o ausencia de determinados rasgos; el camino consiste, en cambio, en identificar como cultura popular a la que portan sectores o grupos sociales definidos como populares, aún cuando las características culturales de tales grupos puedan variar y contrastar dentro de un espectro muy amplio. Es decir: la condición de popular es ajena a la cultura misma y se deriva de la condición de popular que reviste la comunidad o el sector social que se estudia".

Bonfil Batalla, Guillermo. Pensar nuestra cultura. México: Alianza, 1992, p. 58.

En general, cuando se habla de lo popular, existe una valoración peyorativa, como si lo popular tuviera una calidad sustantivamente inferior a la cultura de elite; lo popular se vincularía con las prácticas, costumbres y creencias de los sectores pobres de la sociedad. Se lo presenta como un mundo opuesto al de la cultura de élites, hegemónica. Sin embargo, Bonfil Batalla expresa que la calidad o complejidad de los contenidos de las manifestaciones artísticas y culturales no definen ni distingue en sí misma a la cultura popular.

 El concepto cultura de masas surgió en la década de 1930, en tiempos en que las masas comenzaron a ganar protagonismo en la vida pública y cuando los medios de comunicación -término que incluye a los medios de comunicación audivisuales, gráficos y la industria editorial - comenzaron su crecimiento, desarrollando un cierto lenguaje y exigencias que –la mayoría de las veces- no tienen conexión con la realidad de los consumidores-espectadores. La cultura de masas, llamada también industria cultural, concibe a la cultura como una mercancía, ya que se propone vender información, espectáculo, entretenimiento. Es por sobre todo, una cultura que fomenta el consumo; que homogeneiza y estereotipa borrando las características de cada grupo; está elaborada por especialistas que responden a grupos de poder hegemónico; promueve la pasividad, prácticamente no hay participación de la audiencia. Los medios ponen bienes culturales al alcance de todos, ofreciendo modos de diversión, de pensamiento, de imaginación a grandes sectores de la población sin que éstos se correspondan con su realidad. Sin embargo, antes del desarrollo de la cultura de masas, la mayoría de la población no tenía acceso a ciertos bienes culturales, es decir que actúa, además, como democratizador de cultura.

La cultura de una sociedad no es un todo sin fisuras como algunos suponen, unas y otras formas culturales constituyen partes inseparables -pero diferenciadas- de ese todo. Las culturas no son estáticas, van resignificando sus identidades, capacidades, producciones. La valoración de culturas en mejores o peores, superiores o inferiores, sólo profundiza las distancias entre los seres humanos y perpetúa prácticas de odio, marginación, discriminación y violencia. El desafío de cada persona, cada grupo social, es encontrar el modo de permitirse conocer y entender al otro, al distinto, como forma de lograr la integración y la eliminación de la inequidad.

En los medios de comunicación, en la escuela, se lee-y se oye hablar acerca de las subculturas. Ese concepto se utiliza para referirse a la cultura de un grupo reducido; por ejemplo las prácticas, creencias, modas, producciones artísticas de grupos de adolescentes conforman una subcultura. En la actualidad punks, cumbieros, floggers, emos, rollingas, forman parte de las subculturas llamadas “tribus urbanas” mediante las cuales los jóvenes recrean una visión de viejos estereotipos o producen la creación de otros nuevos. Lo invitamos a compartir el trabajo de Mario Margulis y Marcelo Urresti titulado “Buenos Aires y los jóvenes: las tribus urbanas”.

 

 

 

Mario Margulis y Marcelo Urresti titulado “Buenos Aires y los jóvenes: las tribus urbanas”.