Luego de su renunciamiento en el Perú y de regreso en Buenos Aires, San Martín decidió emprender un exilio voluntario. A bordo del navío "Le Bayonnais", sin más compañía que su hija Mercedes se embarcó con destino a Francia el 10 de febrero de 1824.
Luego de dos largos meses de viaje, arribaron a Londres donde residían algunos amigos. Entre ellos, Lord Macduff que lo había ayudado a salir de España en 1812 y con quien había continuado el contacto a través de afectuosas cartas. Entre los amigos americanos se encontró con Agustín Iturbide, expulsado de México tras el intento de gobierno imperial; con García del Río, su ministro en el Perú y su primer biógrafo; el Dr. Paroissien, médico del Regimiento de Granaderos y Álvarez Condarco, a quien San Martín y O`Higgins le habían confiado algunas partidas de dinero de sus sueldos para que depositara en Europa.
José Francisco contaba con ese dinero para su subsistencia en el Viejo Continente, pero se encontró con que había desaparecido en manos de algunos “amigos” que lo habían perdido en malas inversiones en la bolsa.
A fines de 1824, se dirigió a Bruselas —Bélgica— y fijó su residencia en una zona alejada de la ciudad, colocando a su hija en un pensionado de señoritas.
Su vida era de una sencillez que llegaba casi a la privación en lo más elemental del confort. Sólo contaba con los dos años de pensión que el gobierno del Perú le había otorgado.
El 3 de febrero de 1825, en carta dirigida a O`Higgins, comentó sus dos principales anhelos: la educación de su hija y volver a Mendoza para concluir sus días tranquilamente. Le dijo:
“Lo barato del país y la libertad que se disfruta me han decidido a fijar mi residencia aquí hasta que finalice la educación de la Niña que regresaré a América para meterme y concluir mis días en mi chacra, separado de todo lo que sea cargo público y si es posible de la sociedad de los hombres”.
Vicuña Mackenna. Vida de San Martín, p. 112 y 113.
La enfermedad que lo había aquejado desde siempre, la artritis reumatoidea, se agravaba debido a las malas condiciones de vida por la que atravesaba. En carta a sus amigos, les contó que vivía en una casa vieja con goteras y mucha humedad.
En enero de 1828, resolvió viajar a Aix- la- Chapelle para aliviar sus dolencias con aguas termales.
Por entonces, proyectó regresar a su patria y con nombre José Matorral, se embarcó en el vapor Conttes of Chicheter con destino a Buenos Aires. Fondeado el buque frente a las costas de Buenos Aires, recibió noticias de los problemas internos existentes en las Provincias Unidas y de las disputas entre los miembros del partido unitario y el federal.
Escribió al General José Díaz Vélez diciéndole:
“[…] en vista del estado en que se encuentra nuestro país, y por otra parte, no perteneciendo ni debiendo pertenecer a ninguno de los partidos en cuestión, he resuelto […] pasar a Montevideo desde cuyo punto dirigiré mis votos por el pronto restablecimiento de la concordia”.
Así su exilio se transformó en definitivo.
Desde los cincuenta y dos años de edad hasta su muerte, vivió en Francia. Llegado a París, alquiló una casa sobre la Rue de Provence. Transcurría la década de 1830 y Europa vivía una época de convulsión precursora de los grandes movimientos que se sucederían hacia 1848. Aún las monarquías absolutas, reunidas en la Santa Alianza, luchaban contra el liberalismo político.
Durante este período, San Martín se reencontró con un viejo compañero de armas español, que estaba en muy buena posición económica y que respaldó moral y económicamente al Libertador. Se trataba de Alejandro Aguado y Ramírez que llevaba el título de Marqués de las Marismas de Guadalquivir y que dedicado a la actividad bancaria, había realizado una enorme fortuna.
Por aquel tiempo, su hija Mercedes iniciaba su noviazgo con el joven Mariano Balcarce, hijo del General Antonio González Balcarce, colaborador de San Martín.
El año 1832 fue un año difícil, ya que padre e hija fueron atacados por el cólera, epidemia que hizo estragos en Europa. A fines de ese mismo año, su única hija contrajo matrimonio y viajó a Buenos Aires en compañía de su esposo. San Martín quedó solo en su casa de Grand Bourg en las afueras de París, esperando noticias del Plata.
El casamiento de su hija con Balcarce también le había aliviado las preocupaciones económicas. Posiblemente su yerno había logrado liquidar algunas de las propiedades que San Martín tenía en Buenos Aires o en Mendoza. Por eso pudo dedicarse al cuidado del jardín en que —según el relato de visitantes— cultivaba diferentes variedades de rosas, paseaba a caballo por las tardes y leía. Además, cuidaba personalmente de sus prendas de vestir —tenía para ello un costurero provisto de agujas, hilos y botones—. Su plato favorito era el asado y el mate, su bebida predilecta.
Tuvo una inmensa alegría cuando se enteró del nacimiento de su nieta Mercedes.
Pudo comprar dos propiedades en Francia: su casa de Grand Bourg y otra en París, en un barrio aristocrático donde también vivió su amigo el Marqués de las Marismas del Guadalquivir.
Vivió en París y pasó los veranos en Grand Bourg hasta que a comienzos de 1848, estalló en la capital francesa el movimiento revolucionario que instauró la Segunda República. Ante el ambiente revolucionario, decidió instalarse con su familia temporalmente en la ciudad portuaria de Boulogne Sur Mer. Allí cultivó la amistad de Alfred Gerard, dueño de la casa que habitaba y conversó en sus largas caminatas con los pescadores y la gente del pueblo. Allí lo encontró la muerte en 1850.
Cuando San Martín decidió iniciar su exilio, partió hacia Europa en compañía de su hija Mercedes. Pasó por Londres y luego se instaló en Bruselas, pero fue Francia el destino elegido para pasar el resto de su vida. El lugar preferido de José Francisco fue Grand Bourg.
Cuando su situación económica mejoró, pudo adquirir una propiedad en París, en el barrio de Boulogne Sur Mer. A partir de ese momento, pasó los veranos en la finca de Grand Bourg y vivió el resto del año en París.
RELATO DE ALBERDI: SAN MARTÍN EN GRAND BOURG |
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