Durante su largo exilio, San Martín cultivó muchas relaciones personales a través del intercambio epistolar y de las visitas recibidas en su casa.
Las cartas eran el único medio de comunicación de la época —además de la conversación oral—. La lectura de las cartas resulta interesante porque ellas son desprendimientos de una historia personal y social en la que se expresan vínculos personales, íntimos; se esbozan proyectos, se informan acontecimientos políticos y de Estado; se comparten secretos, se transmiten sentimientos y deseos, tal vez, inconfesables de otro modo.
La carta es una forma de diálogo, pero un diálogo escrito, aunque parezca redundante o evidente. Sostenido en la distancia temporal y espacial, que, por un lado, implica a la escritura y que, desde otro punto de vista, pasa a ser un simulacro de diálogo que finge la presencia de un interlocutor, que de hecho, está ausente.
De allí también esta particularidad de la carta, que obedece a una espontaneidad cercana a la de la conversación o a la lengua hablada, a la que puede, en algún sentido compararse.
La respuesta del destinatario está mediatizada por la distancia temporal y espacial de su respuesta o, de su toma de palabra; la otra ‘parte’ del diálogo transcurre en otro sitio, otro momento y otra circunstancia, aún cuando la carta pueda ser entregada en el momento mismo en que se ha terminado de escribir. Esta distanciación inevitable de su destinatario es uno de los aspectos que constituyen la riqueza particular de la carta como forma de discurso.
San Martín mantuvo fluida correspondencia con Bernardo O`Higgins, Gervasio Posadas, Juan Manuel de Rosas, Dickson, de Chile, el Ministro en Roma Luis De Irrazábal, Pinto, Aldunate, Prieto, Tomás Guido, Jonh Millar, Fructuoso Rivera.
También se entrevistó con Juan Bautista Alberdi en 1843, cuando había sido invitado a la casa por Mariano Balcarce, yerno del Libertador. Alberdi dejó escritas sus impresiones acerca de San Martín: “Entró por fin con su sombrero en la mano, con la modestia y el apocamiento de un hombre común. ¡Qué diferente lo hallé del tipo que yo me había formado oyendo las descripciones hiperbólicas que me habían hecho de él sus admiradores en América!”.
En 1844 fue visitado por Florencio Varela, quien relató aspectos cotidianos de la vida hogareña del prócer. Según Varela: “El General, que a más de tener sesenta y cinco años, padece con frecuencia violentos ataques nerviosos, suele tener arranques de mal humor en que aborrece a toda la sociedad [...]; pero la prudencia y el amor de sus hijos, como él los llama, hacen que esas nubes jamás produzcan una tormenta. Él tiene delirio con las nietitas, cuya única maestra es la madre, joven perfectamente educada y capaz, que sueña con Buenos Aires y se esfuerza en que sus hijitas no olviden el nombre de esa patria y la lengua nacional”.
Otro de los visitantes fue Domingo Faustino Sarmiento —encargado además de dar la bienvenida a la Patria a los restos de San Martín en 1880—. El 24 de mayo de 1846 era recibido por el General, en esa ocasión le hizo entrega de una carta y de un retrato de Las Heras. Permaneció en París durante un tiempo enviado por el Gobierno de Chile para estudiar el sistema educativo y visitó en varias ocasiones a San Martín. Sarmiento le escribió a su amigo Antonino Aberastain: “[...] no lejos de la margen del Sena, vive olvidado don José de San Martín, el primero y el más noble de los emigrados [...] Me recibió el buen viejo sin aquella reserva que pone de ordinario para con los americanos, en sus palabras, cuando se trata de América hay en el corazón de este hombre una llaga profunda que oculta a las miradas extrañas [...] Ha esperado sin murmurar cerca de treinta años la justicia de aquella posteridad a quien apelaba en sus últimos momentos de vida política [...]He pasado con él momentos sublimes que quedarán grabados en el espíritu. Solos, un día entero, tocándole con maña ciertas cuerdas, reminiscencias suscitadas a la ventura, un retrato de Bolívar que veía por acaso; entonces, animándose la conversación, lo he visto transfigurarse”. En las visitas, Sarmiento no pudo dejar de consultarlo por Rosas —su gran enemigo—. San Martín no aceptaba discutir a Rosas, se había formado una imagen del Restaurador que no estuvo dispuesto a cambiar ni a analizar.
El escritor argentino Felix Frías estuvo con San Martín en 1850, cuando ya la salud el Libertador estaba muy afectada. Frías comentó: “Hablaba con entusiasmo de la prodigiosa naturaleza de Tucumán y de las otras provincias argentinas y, como Rivadavia, en sus últimos días, abrigaba fe viva en el porvenir de aquellos países”.
Enterado San Martín del bloqueo francés al puerto de Buenos Aires en 1838, inició un intercambio epistolar con el gobernador de Buenos Aires, don Juan Manuel de Rosas, que continuó hasta el final de sus días.
En 1844, el Libertador testó a favor de Rosas la entrega de su emblemático sable corvo.
A pesar de que San Martín se comunicó por correspondencia con muchas otras personas, incluimos parte del intercambio que mantuvo con Rosas porque es la menos conocida debido a que la historiografía tradicional se encargó de minimizarla y de tejer hipótesis tales como que el reconocimiento a Rosas fue producto de su senilidad, de la incomprensión de la política rioplatense o que sólo pretendió premiar la política externa de Rosas.
CARTA DE SAN MARTÍN A ROSAS. 5 DE AGOSTO DE 1838 |
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CARTA DE ROSAS A SAN MARTÍN. 24 DE ENERO DE 1839
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CARTA DE SAN MARTÍN A ROSAS. 2 DE NOVIEMBRE DE 1848
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CARTA DE ROSAS A SAN MARTÍN. MARZO DE 1849
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