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Infancia
 
 
 
Infancia

José Francisco de San Martín nació en Yapeyú en 1778. Como era habitual en esa época, Gregoria, su madre, contó con ayuda de un ama para la crianza de sus hijos. Juana Cristaldo fue la india que se encargó de atender con celo y diligencia a José Francisco, de acompañarlo en el descubrimiento del mundo y de sacudirle la tierra colorada que se prendía a la ropa del niño cuando se caía.

Seguramente, sus oídos estaban acostumbrados a los sonidos de la selva, al oleaje del río, a los tacones de los milicianos durante los cambios de guardia. 

Mitre planteaba que:
“[…] Sus compañeros de infancia fueron los pequeños indios y mestizos a cuyo lado empezó a descifrar el alfabeto en la escuela democrática del pueblo de Yapeyú […]”

Mitre, Bartolomé. Historia de San Martín y la emancipación americana. Buenos Aires: Anaconda, 1950, p. 59.

Cuando contaba con cuatro años de edad, abandonó Yapeyú para establecerse en Buenos Aires. Se trató de un cambio brusco de ambiente y paisaje pero, a pesar de ello, pronto se adaptó a la nueva situación.  

En una escuela de la ciudad cursó las primeras letras. Allí, según señala Sarmiento dividía a:
“[…] sus condiscípulos de escuela […] en bandos de guaraníes y portugueses, para hacer guerras infantiles como aquellas reales entre cuyo estrépito había nacido”.

Sarmiento, Domingo Faustino: Vida de San Martín. Buenos Aires, 1964.  

No es de extrañar que los juegos de la época fueran un teatro donde se representaban roles y guiones ligados a combates ya que, tanto en España como en América, los enemigos –moros en otro tiempo, ingleses, indios, portugueses- acechaban a la metrópoli española y a sus colonias. Seguramente José Francisco:

“[…] Oía con frecuencia contar a sus padres las historias de las pasadas guerras de la frontera con los portugueses […]. Su sueño infantil era con frecuencia turbado por las alarmas de los indios salvajes que asolaban las cercanías. […]”

Mitre, Bartolomé: Historia de San Martín y la emancipación americana, Buenos Aires, Anaconda, 1950, p. 59.

Según datos de la época, en el último tercio del siglo XVIII, los niños porteños contaban con pocos juguetes: muñecas de trapo, caballos de palo, enseres corrientes. Algunos artesanos que fabricaban las figuras para los pesebres se encargaban también de confeccionar muñecas y otros elementos de uso cotidiano en miniatura.

Imagen del Juego de cañas

Hay noticias de que en 1799 llegó, desde Hamburgo, un cargamento que contenía juguetes: cañoncitos de bronce de distintos tamaños, soldaditos de estaño, baleros, perinolas de hueso, comoditas de juguete, caballos de palo, figuras de barro y madera para nacimientos (pesebres) e instrumentos musicales como flautas de palo, panderetas y tambores de hoja de lata.

Uno de los juegos más populares era el de las cañas o jerid que en idioma árabe, significa palma deshojada. Era un juego de origen nazarí -los nazaríes fueron una dinastía musulmana que gobernó el reino de Granada entre 1231 y 1492- que consistía en la imitación de tácticas de guerra utilizadas por los moros: carga inesperada, retroceso brusco, fuga engañosa.

En el Río de la Plata, las cañas -a menudo junto a las corridas de toros- se celebraban en la Plaza Mayor en ocasiones como Corpus Christi y San Martín de Tours, el patrono de la ciudad. Se simulaba un enfrentamiento entre cristianos y moros -también se representaba a indios, africanos y turcos- y el juego terminaba cuando los guerreros ficticios de un bando se declaraban vencidos. 

El juego de las cañas era un juego dramático a través del cual los niños comenzaban a definir un nosotros –los cristianos- y un otro contrapuesto –los moros, los indios, etc.-. Es decir, el juego servía como vehículo de conformación identitaria. También a través de él, aprendían el respeto hacia un ordenamiento social ligado a valores como la hidalguía y la sumisión a la religión católica. Ser hidalgo consistía en llevar una vida regida por el cristianismo y un estricto código de honor. Además, consistía en dominar el arte de la equitación, ganarse la vida por la fuerza de las armas y no por desempeñar un trabajo manual. Ser hidalgo era vivir por y para la guerra. 

Esos juegos guerreros introdujeron a José Francisco de San Martín y a otros niños de la época en la concepción del mundo que tenían sus padres. Éstos eran el respeto por el ordenamiento social establecido, por la monarquía absoluta y por la superioridad de los peninsulares ante los criollos y las castas. Estas ideas eran vistas como naturales por los niños.

Por eso, resultó y resulta tan importante la acción de estos infantes que se hicieron hombres y no se conformaron ni desconocieron la representación del mundo que sus padres les legaron, obstinándose por hacer de ese mundo uno nuevo.
 

Dirección General de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires - Dirección de Contenidos Educativos, agosto 2012