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La pulpería
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Vida en la campaña

La pulpería

La pulpería era un centro de abastecimiento de vestuario, medicinas, herramientas, alimentos, objetos de uso cotidiano; también, un lugar de sociabilidad donde los pobladores se reunían a conversar sobre acontecimientos políticos, chismes y a realizar actividades de esparcimiento. Se las podía encontrar tanto en la ciudad como en la campaña.

Los viajeros de la época describieron a la pulpería como una taberna donde acudía la gente de campo. Se trataba de un rancho con una sala principal y la trastienda, con paredes de adobe y techo de paja, piso de tierra apisonada o de ladrillo cocido. La entrada de la casa daba sobre el camino y tenía un cuadrado abierto en la pared, a veces protegido por barras de madera o hierro apoyadas sobre un mostrador, a través de la reja el propietario despachaba a los clientes. Éstos quedaban protegidos bajo un cobertizo. Detrás del mostrador, y apoyados sobre estantes, exhibían los productos que tenía a la venta.

Algunas pulperías contaban con mesas y bancos en los que los clientes se sentaban  en ocasiones a jugar al truco y a beber o a deleitarse con el sonido de una guitarra y los versos de algún payador.

El palenque fue un elemento que caracterizó a la pulpería. Allí los concurrentes ataban sus caballos y, muchas veces, sin descender de ellos, tomaban unos tragos y conversaban con otros asistentes.

Generalmente, en los alrededores del salón, el pulpero preparaba una buena cancha para carreras cuadreras. Durante la semana, los parroquianos realizaban apuestas y preparaban los caballos que correrían el domingo. Además, se realizaban riñas de gallos y se jugaba a la taba, a las bochas, al pato.  El dueño del negocio se aseguraba así una importante concurrencia.

Algunas pulperías eran visitadas por los hombres en busca de compañía femenina.  Eran mujeres llamadas cuarteleras, porque se trasladaban con los soldados de frontera. Según relatos de viajeros, se las podía encontrar sentadas, fumando, tomando mate y peinándose mutuamente los cabellos hasta que sus encantos cautivaran a algún parroquiano. 

Se estima que la cantidad de pulperías registradas hacia fines del siglo XVIII era de 140 aproximadamente.  Otro tanto existía sin que sus propietarios las hayan registrado, como una forma de evadir impuestos. El conjunto de pulperías diseminadas en la campaña bonaerense constituyó una importante red de comercialización que incluyó hasta los lugares más inhóspitos. El pulpero fue un intermediario -sobretodo de cueros- entre pequeños y medianos productores rurales y los grandes comerciantes exportadores.

El pulpero es caracterizado en diversos escritos como hombres mal entrazados, toscos, de poca instrucción; sin embargo, investigaciones realizadas en los últimos años los coloca formando parte de los sectores medios que poblaban la campaña, con posibilidad de acceder a una vivienda de varias habitaciones, mobiliario confortable, vestimenta austera, algunos incluso podían tener esclavos y propiedades rurales.

 

Disposiciones referidas a las pulperías dadas por el Virrey Nicolás Antonio de Arredondo

1. No permitirá en su casa personas vagas ni malentretenidas que conociere sin oficio lícito destino dará noticia al Alcalde de Barrio.

2. No abrigará tampoco, ni favorecerá directa e indirectamente a hijos de familia que anden fugitivos de sus Padres, ni a los esclavos huidos de sus Amos, sino entre tanto que dan a sus Padres, Amos o Justicia correspondiente aviso, pena de cincuenta pesos y de pagar su valor al dueño y el esclavo sufrirá cien azotes, y seis meses de cadena.

3. No consentirá junta de gentes, guitarras, juegos de naipes ni otro alguno aún de los permitidos por Reales Pragmáticas ni mucho menos que haya corrillos a su puerta pena de diez pesos al pulpero, al esclavo de cincuenta azotes y a cualquiera otra persona de veinte días de cárcel.

4. No dará fiado a los hijos de familia, criados no esclavos, pena de perder lo que fiasen ni admitirá ventas, o empeño de prendas, ni alhajas sin que el legítimo dueño autorice al vendedor con un papel firmado de su mano.

5. No venderá los comestibles ni demás efectos a precios inmoderados sino a los corrientes, y si se excediere de los señalados cometiendo usuras en las ventas, por la primera vez será multado en diez pesos, por la segunda en veinte y a la tercera se le cerrará la pulpería aplicándosele las penas a que hubiese lugar conforme a derecho, sobre que se estará muy a la mira por el Fiel Executor y el Alcalde de Barrio.

6. Cerrará la pulpería a las diez de la noche en invierno y a las Once en Verano.

7. Luego que obtenga este permiso lo presentará al Alcalde de Barrio a fin de que tome razón para él para su gobierno y lo fixará en una tablilla a uno de los lados del mostrador para que puedan leerse estas prevenciones y tenga su debida observancia. Buenos Aires de mil setecientos noventa

Adaptado de Acuerdo del Cabildo del 20 de julio de 1804 .
 

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