Entre mediados del siglo XV y comienzos del siglo XVI, se produjo la crisis del mundo medieval europeo y el advenimiento de la modernidad.
Esto significó que la cosmovisión teocéntrica que dominaba el panorama cultural de las ciencias, las artes, las relaciones políticas y sociales comenzó a sufrir un cambio a través de la conformación de una nueva racionalidad urbana. En este período, el teocentrismo medieval fue relevado por un antropocentrismo que fue colocando al hombre europeo y occidental en el centro del mundo. Este cambio se inició durante el Renacimiento caracterizado por la secularización del pensamiento, el surgimiento de las ciencias naturales experimentales, avances tecnológicos, la racionalidad y el mecanicismo. Así, el hombre pasó a ocupar el centro del saber, el centro del universo y el del mundo de las ideas que, en la visión medieval, estaban ocupados por Dios. Los acontecimientos históricos y sociales son producto de la actividad del hombre y no de la acción divina.
La afirmación del individualismo se exteriorizaba en la búsqueda de fama, poder y gloria. Si la vida en la Edad Media giró en torno de la Iglesia y la expectativa de ganar el paraíso, ahora se afirmaba el derecho del hombre a realizarse en el mundo terrenal -la Reforma religiosa de Lutero y Calvino influyó en esos cambios-.
El racionalismo y el empirismo son las corrientes de pensamiento características de este período histórico. Los estudiosos rehuyeron a toda creencia infundada o superstición y no reconocieron más evidencia que la aportada por la luz de la razón. Es decir, que el principal problema que se plantearon fue el del conocimiento, su origen y el valor de su verdad o falsedad. Este modo de pensar fue profundamente subjetivista. Se concebía que el hombre estaba imposibilitado para conocer directamente la realidad, las cosas en sí, tal y como son. Sólo se podía llegar al conocimiento a través de las ideas o representaciones mentales y ellas eran las que permitirían explicar o, al menos, describir la realidad. De allí, que adquiriera importancia la investigación sobre el método de conocimiento. Para los empiristas, el único conocimiento válido era aquel originado por los sentidos, ya que cualquier idea de carácter racional era producto de la experiencia, o bien, de otras ideas que, a su vez, tuvieran su origen en ella. Por lo tanto, para estos pensadores era la experiencia y no la razón, la fuente originaria de los conocimientos humanos.
Esta transformación en la mentalidad se expresó también a través de la pintura, la literatura y la escultura. Los estudiosos del período, llamados humanistas, se dedicaron al estudio de las obras de los autores griegos, romanos y árabes, recuperando textos que se habían perdido, traduciéndolos e interpretándolos. Fundaron bibliotecas, crearon escuelas y trataron de difundir estas obras y sus escritos. Para ello se sirvieron de la imprenta, que permitió la edición de centenares de volúmenes.
Los inventos en el terreno de la ciencia y la técnica, estuvieron indisolublemente unidos a las demandas y necesidades de progreso social.
El conocimiento de la pólvora -invención de origen chino que llegó a Europa a través de los viajeros- permitió el desarrollo de nuevas armas de fuego. Los materiales empleados en su construcción fueron madera dura y luego diversas aleaciones metálicas. La artillería mosquete, arcabuz- contribuyó a la profesionalización de los ejércitos, que aún continuaban luchando con espadas y flechas. La utilización de armas de fuego provocó que la caballería perdiera importancia.
Las ideas acerca del origen, forma y movimientos de la tierra desarrolladas durante la Antigüedad clásica, fueron pasadas por el cedazo de las Escrituras Sagradas y la interpretación de los hombres de la Iglesia. Es decir que, se adoptó una concepción revelada y celestial que barrió la mirada terrenal que se guió por la luz de la razón. Isidoro de Sevilla representó un mundo plano en forma de O (orbis) que contenía tres continentes, configurando una T (terrarum): Europa a la izquierda, África a la derecha y Asia arriba, el centro del mundo estaría cercano a Jerusalén, cuna del paraíso terrenal. Este es el primer mapa que se conserva salido de la imprenta en 1472, ilustrando la obra Etimologías, de San Isidoro. Los mapas eclesiásticos medievales no tenían ninguna utilidad en la navegación.
Ese modo de ver el mundo, además de estar de acuerdo con lo establecido por el dogma religioso cristiano, respondía a las exigencias impuestas por el sentido común de personas que, o no se desplazaban de su lugar de origen o lo hacían en forma muy limitada. Esas razones explican que el modelo de la Tierra plana estuviera fuertemente arraigado en la población medieval europea.
Los árabes, en cambio, aceptaron la astronomía y la geografía griega como tal y continuaron desarrollándola. Esto quedó demostrado en los escritos y mapas elaborados por los geógrafos Mohamed ben Muwajed el Ordhi, Ibn Battuta, Al Edrisi, Ibn Jaldún, entre otros. Afirmaban el concepto de la esfericidad de la Tierra e introdujeron en los mapas la graduación por medio de coordenadas y la utilización de símbolos cartográficos.