Los que lo conocieron lo describieron como un hombre sobrio, que imponía respeto, de ojos negros y expresivos, talla más elevada de lo habitual, vigorosa contextura física, voz varonil de metálico acento. Todo en él, hasta la fama que traía de España, hacía de su persona un motivo de latente interés y curiosidad. Sobre todo para el espíritu femenino porteño, acunado desde la infancia, en el sentimiento heroico de las luchas por la libertad, trocado casi en religión por las conversaciones en el hogar y en las tertulias, las prédicas de los gobiernos posteriores a Mayo de 1810 y por las páginas de la Gazeta de Buenos Aires.
José Francisco solía concurrir a reuniones en la casa de la familia Escalada que era una de las pocas casas de alto de la ciudad y se ubicaba en una de las esquinas que hoy miran a la Pirámide de Mayo en la Plaza Mayor.
Se trataba de una familia pudiente formada por Antonio José Escalada –quien había desempeñado altos cargos gubernamentales-, su esposa Tomasa de la Quintana y varios hijos, entre los que se encontraba la joven María de los Remedios.
Remedios tenía quince años de edad. Era de mediana estatura, delgada y débil físicamente. Con una pobre salud, la hija menor de la acaudalada familia, había sido criada con todos los cuidados y desvelos del hogar.
En vísperas de la Semana Santa de 1812, mientras andaba de recorrida por las tiendas de la ciudad, madre e hija se cruzaron con dos apuestos militares. Supieron que eran los recién llegados en la fragata Canning. Intercambiaron miradas con ellos y tanto Remedios como José Francisco quedaron impresionados.
Se volvieron a ver en el templo de San Miguel de Arcángel, donde se veneraba la imagen de Nuestra Señora de los Remedios y ambos concurrieron a la celebración de las ceremonias del culto. Luego de la misa de Gloria, don Antonio José de Escalada dio una fiesta en su casa, a la cual resolvió invitar a todos los oficiales llegados en la Fragata George Canning dos semanas antes. Fue en esa ocasión donde Remedios y José se pusieron de novios.
Al poco tiempo, San Martín comenzó a organizar el Regimiento de Granaderos a Caballo. María de los Remedios tendría una decidida participación. Redactó una nota al gobierno –que firmaron muchas damas de la sociedad- en la que explicaba que deseaban contribuir con pequeñas sumas que sustraerían de sus necesidades a la compra de armamento destinado al Regimiento en creación. El gobierno autorizó la suscripción y don Antonio Escalada fue facultado para recibir los donativos en su casa.
José obtuvo licencia para contraer matrimonio el 27 de agosto de 1812. El 12 de septiembre de ese año se casaron en la Catedral de Buenos Aires, siendo padrinos de la boda, Carlos María de Alvear y su esposa María del Carmen Quitanilla.
Fueron de luna de miel a una finca en San Isidro. Una quinta que era propiedad de José Demaría, esposo de María Eugenia, hermana mayor de Remeditos y casi su segunda madre. Por aquel entonces, San Isidro era sólo un caserío construido alrededor de la capilla de San Isidro Labrador; uno de los lugares más pintorescos de la costa de Buenos Aires.
Las fuerzas realistas dominaban Montevideo y con pequeños barcos de guerra realizaban expediciones sobre las costas bonaerenses atacando a las poblaciones y saqueando para acrecentar su provisión de víveres. Bombardearon Buenos Aires en varias ocasiones y convirtieron el río Paraná en teatro de sus correrías.
Pronto, la tranquilidad de la luna miel trocó en inquietud y preocupación: San Martín marchó junto a los Granaderos a enfrentar al enemigo en San Lorenzo. Ella permaneció en casa de su familia, esperando noticias de su marido. Era sólo el comienzo de una vida en la que Remeditos tuvo que aceptar que la “la Patria estaba primero”.
Otro desencuentro se generó cuando San Martín debió tomar el mando del Ejército del Norte. Por entonces, José Francisco se vio obligado a trasladarse a la provincia de Córdoba, a fin de restablecerse de una enfermedad.
Designado Gobernador Intendente de la provincia de Cuyo, pudo gozar de la compañía de su esposa en Mendoza.
Durante los preparativos del Ejército de los Andes, un grupo de mujeres, encabezado por Remedios, se reunió en el Cabildo y decidieron donar sus alhajas al ejército, además de comprometerse a contribuir en la provisión de elementos para las tropas: algunas donaron dinero, otras cosieron uniformes, bordaron banderas o tejieron ponchos para los soldados. Entre ellas, estuvo la esposa del Comandante.
En medio de estos preparativos, nació Mercedes Tomasa de San Martín, el 31 de agosto de 1816.
Antes de iniciar el Cruce de los Andes, José le pidió a Remedios que retornara a Buenos Aires a casa de sus padres. Viajó en compañía de su hija Merceditas. Al llegar a Buenos Aires, agravada la enfermedad que padecía, se trasladó por consejo médico a una quinta de los alrededores (en actual Parque de los Patricios) de propiedad de su medio hermano, Bernabé. Abatida y enferma, esperando siempre el regreso de su esposo, falleció el 3 de agosto de 1823.
San Martín se encontraba en Mendoza y sus propios males le impidieron llegar a Buenos Aires para despedir a su esposa.
De regreso a Buenos Aires, se reencontró con su hija e hizo construir un monumento en el cementerio de la Recoleta, para depositar los restos de Remeditos. Gravó en él siguiente epitafio: "AQUI YACE REMEDIOS DE ESCALADA, ESPOSA Y AMIGA DEL GENERAL SAN MARTIN".
Los documentos que evidencian la relación entre José Francisco de San Martín y Remedios de Escalada no son suficientes para dar cuenta la historia de amor por la que transitaron pero nos permiten aproximarnos a ella. Cabe aclarar que, en tiempos de las guerras de Independencia, el amor se cultivaba a la distancia, esperando noticias del ser amado, pensando en los hijos, cuidando Luego de su arribo, poco a poco y con la ayuda de Carlos de Alvear y su esposa Carmen Quintanilla, San Martín se fue mezclando en el torbellino de la vida política y social de Buenos Aires. Contaba, para ese momento, con treinta y seis años de edad vividos con intensidad.