La plaza de Montevideo era gobernada, desde fines de 1811, por Gaspar de Vigodet, quien la defendía de los avances de los independentistas rioplatenses con apoyo de los reyes de Portugal, radicados por entonces en el Brasil.
Los españoles contaban con una importante escuadra y a través de pequeñas embarcaciones, amedrentaban a los habitantes ribereños en busca de provisiones. Para imposibilitar su acción, los miembros del Triunvirato decidieron el fortificar el Rosario, donde Manuel Belgrano instaló dos baterías -Libertad e Independencia- una sobre la barranca y la otra, en una isla vecina. También se instalaron defensas en Punta del Rey o Gorda (hoy Diamante), en la costa entrerriana.
La superioridad náutica de los realistas les brindó la posibilidad de sortear estas baterías y lograr que dos corsarios salidos de Montevideo penetraran en el Paraná. Su objetivo era llegar hasta el Paraguay para apresar a los buques que comerciaban entre los puertos intermedios de esta ruta fluvial.
El gobierno tomó conocimiento de los planes y para neutralizarlos, ordenó al coronel San Martín, que junto al Regimiento de Granaderos a Caballo y otras fuerzas, marchara a Santa Fe.
A fines de enero de 1813, el Regimiento inició su marcha hacia Santa Fe por el camino de postas. El gobierno dio con muy poca anticipación la orden al administrador de Correos para que los maestros de postas dispusieran lo necesario para los viajeros. En general, las postas contaban con una dotación de cincuenta a cien caballos pero no alcanzaron a cubrir las necesidades del Regimiento.
San Martín trató de marchar procurando seguir por tierra una ruta paralela a la que llevaba la escuadra española por el río.
Al recibir la noticia de que en San Lorenzo los realistas intentarían un desembarco, San Martín y sus hombres marcharon hacia allí. En la posta de San Lorenzo, José Francisco se encontró con el viajero inglés Guillermo Parish Robertson, que iba al Paraguay por asuntos de negocios, quien sería testigo del combate y lo describiría en uno de sus escritos.
Los hombres del Regimiento de Granaderos se establecieron en los alrededores del Convento de San Carlos. San Martín hizo un reconocimiento del terreno y puedo observar que –según dice Mitre- el río Paraná, en esa zona, medía su mayor anchura y que las altas barrancas, conformaban una suerte de muralla, sólo accesible a través de las sendas abiertas por los habitantes del lugar. Uno de esos estrechos caminos inclinados en forma de escalera, se encontraba casi frente al monasterio de San Carlos, donde estaban las tropas patriotas.
Consideró que era una planicie especial para realizar una carga de caballería, organizó el plan de ataque y esperó el momento oportuno para concretarlo. Los doce soldados que tenían carabinas fueron destinados a defender la entrada del Convento. Con los demás hombres formó dos compañías; una quedó al mando del capitán Bermúdez y otra, a cargo suyo.
El 3 de febrero, cuando apenas clareaba el alba, desde el mirador del convento, se pudo divisar a uno de los barcos españoles. Cuando los españoles iniciaban su marcha ascendente hacia el convento en formación de combate, San Martín montó a caballo y ordenó iniciar el ataque. Los españoles avanzaron con dos piezas de artillería y ya se encontraban casi en el centro de lo que actualmente se denomina el Campo de la Gloria –predio situado frente al Convento de San Carlos- cuando vieron arremeter contra ellos las dos columnas de granaderos.
La compañía de Bermudez atacó por la derecha y la otra lo hizo por la izquierda. Los españoles, sorprendidos por el inesperado ataque, se desorganizaron rápidamente. El combate estuvo definido en unos minutos, a pesar de la superioridad numérica de los españoles, 350 hombres frente a 170 entre granaderos y milicianos.
En medio de la ofensiva, una bala de cañón mató al caballo del comandante, cayó a tierra y le aprisionó una pierna al caer. Un invasor se aprestaba a matarlo con su bayoneta pero el soldado Baigorria, con un eficaz lanzazo, salvó la situación de San Martín, mientras el correntino Juan Bautista Cabral lo ayudaba a liberar su pierna del peso del caballo para luego ser muerto por el enemigo. El capitán Bermúdez y el teniente Manuel Díaz Vélez serán otros de los caídos en el combate.
San Martín elevó al Triunvirato el parte de la victoria y en él, rindió homenaje a los valientes que habían dado su vida en la jornada.
Las primeras experiencias de combate contra los realistas evidenciaron la sagacidad de San Martín como organizador y estratega. Al igual que su jefe expresó en el parte de la Batalla de Arjonilla, luego del Combate de San Lorenzo resaltó la valentía con la que habían luchado sus hombres, en particular el capitán Juan Bermúdez y del granadero Juan Bautista Cabral. Le brindamos la posibilidad de leer los escritos de José de San Martín en torno a esta temática.