El Proceso tropezó con serios obstáculos internos para la implementación de sus ideas en torno a la transición, hasta fijar la fecha de las elecciones para el 30 de octubre de 1983. A partir de ese momento, los partidos políticos comenzaron a reorganizarse, a conformar nuevas agrupaciones y alianzas electorales.
El 7 de septiembre los partidos políticos presentaron sus candidaturas:
Los partidos Socialista Popular, el Frente Izquierda Popular y Comunista pidieron a la Justicia Electoral no presentar candidatos presidenciales porque apoyaban la fórmula del Justicialismo. Como obtuvieron respuesta negativa, los dos primeros presentaron candidatos: Estévez Boero, por el Socialismo y Abelardo Ramos, por el FIP; mientras que el PC llamó a votar con las boletas del Justicialismo.
Los integrantes de cada partido político se dispusieron a redactar sus plataformas electorales, requisito indispensable para presentarse a un acto electoral. En ellas, expresaron los objetivos políticos, económicos, sociales de cada partido y también se desarrollaron sus lineamientos políticos en relación a los problemas del país -inmediatos y mediatos- y sus propuestas y metodología para resolverlos. Las plataformas fueron editadas en papel y se repartieron en los locales partidarios o a través del contacto callejero que sus militantes desarrollaron con la comunidad en diversas actividades.
Las afiliaciones partidarias realizadas antes del Proceso habían caducado, por eso era necesario realizar una nueva campaña de afiliaciones. Los integrantes de los partidos salían a la calle, colocaban mesas de afiliación en los barrios, en las ferias, en las universidades, a la salida de las fábricas, intentando romper la paralización de la cultura cívica. La decisión de afiliarse a un partido político implicaba un compromiso con la militancia y con la democracia, ya que los partidos políticos eran valorados como importantes instrumentos para consolidar, mejorar y profundizar la democracia. La adhesión a los partidos se producía por una adhesión ideológica y por una coincidencia respecto de los objetivos y finalidades sociales propuestas.
Fue así que los locales partidarios, se transformaron en centros de atracción de personas ávidas de discutir ideas, de debatir los problemas que aquejaban a la nación, de participar en actividades de difusión de las propuestas partidarias, por ejemplo a través, de actividades propagandísticas como las pintadas o las pegatinas callejeras o las volanteadas y el reparto de periódicos. El local partidario era un espacio donde también se realizaban mesas redondas, cursos, charlas de la que podían participar los afiliados y el público en general. También se alentaba a los militantes a participar en instituciones –comisiones vecinales, tareas comunitarias
-y del ámbito cultural.
Durante esta etapa, la juventud tomó la delantera en las actividades proselitistas, trabajando en la confrontación de ideas, de opiniones, criterios, proyectos. Realizó estas tareas no solamente en relación a quienes eran del mismo signo político, sino también, junto a jóvenes provenientes de otras identidades partidarias. Representantes juveniles de los diferentes partidos se reunían conformando un verdadero foro de discusión, construido a partir de los intensos lazos de solidaridad interpartidarios, discutían los problemas que aquejaban a la sociedad y buscaban alternativas para superarlos, apelando a miradas afines que los unían. Se trató de espacios de intercambio fructíferos, donde las diferencias aportaron al enriquecimiento mutuo.
En esta etapa los partidos políticos mostraron una capacidad de atracción desconocida en épocas anteriores. Esto se hizo evidente a través del masivo proceso de afiliación, intervención de la militancia en las elecciones internas y la campaña electoral, trabajos de elaboración programática, capacidad de movilización. La intensa participación llevó a los partidos a ser los referentes principales para la militancia y a estructurarse como herramientas fundamentales en el escenario político de la transición.
El advenimiento de la democracia a partir de 1983, sentó las bases de un nuevo escenario para la vida política, social, económica y cultural de la sociedad argentina. La apertura democrática significó el reordenamiento de la vida institucional y a su vez redimensionó y complejizó la construcción de los lazos entre sociedad civil y sociedad política.
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Entrevista a el Dr. Raúl Alfonsín |