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El Congreso

Tucumán

La ciudad

Con el fin de dotar a las Provincias Unidas del Río de la Plata de la forma de gobierno que había de regirlas en adelante, se convocó a un congreso en la ciudad de San Miguel de Tucumán, según lo establecido por el Estatuto Provisional de 1815. El Congreso se llevaría a cabo fuera de Buenos Aires, intentando corroer su posición centralista.

La ciudad de San Miguel de Tucumán estaba situada en un estratégico lugar  y funcionaba como articuladora de la actividad mercantil y de un marcado movimiento demográfico. El rol de articuladora lo desarrolló no sólo durante la dependencia del Virreinato del Perú, sino también, una vez que creado el Virreinato del Río de la Plata cuando se pusieron en marcha las transformaciones económicas, sociales y políticas de mano de los Borbones.

Hacia 1685, Tucumán fue trasladada de su sitio original para acercarla a la ruta comercial con el Alto Perú que cobraría importancia luego de la legalización del puerto de Buenos Aires. Tucumán actuó entre los centros potosinos y rioplatenses, como abastecedora de insumos, principalmente, en torno a la producción de carretas y la conducción de tropas. Pero además, la ciudad representaba la presencia de la cultura europea.

San Miguel de Tucumán ocupaba un espacio delimitado por nueve cuadras de lado -dos más de las que tenía en su sitio originario- como previsión a un posterior crecimiento demográfico. La ciudad se construyó tal cual como planteaba el acta de fundación primitiva, respetando las mismas medidas y la misma ubicación.

Cada manzana fue dividida en cuatro solares casi de idéntico tamaño. Los solares de las manzanas centrales fueron concedidos a los vecinos fundadores y moradores, en el mismo sitio que ocupaban en la traza anterior y a los edificios públicos. Los restantes fueron repartidos por el Cabildo entre “personas beneméritas”. En tiempos de crecimiento económico y social, el Cabildo otorgó permisos para viabilizar el poblamiento de la ciudad y la ocupación del espacio rural lindante. Así,se entregaron tierras sin restricción de origen étnico y posición social de los solicitantes, años más tarde, debido a la escasez de solares, el Cabildo desalojó a la “gente plebe” (pardos libres, indios, gente de servicio, etc.) del centro de la ciudad para alojar a la “parte sana y principal” de la sociedad.

Desde mediados del siglo XVIII, la inmigración, el crecimiento vegetativo, el creciente poder político y económico de la ciudad generó un aumento en la instalación de talleres, de comercios y de tiendas de alquiler dentro de la traza urbana por lo que la elite terrateniente prefirió cada vez más la residencia en la ciudad. También, hombres y mujeres vinculados al comercio, a la producción artesanal o al sector de servicios se incorporaron a las ciudades. Los censos de la época muestran crecimiento de poco más del 40% de la población urbana entre 1778 y 1812.  

La ciudad en general era el lugar de residencia de la elite, blanca y europea, que bajo ninguna condición estaba dispuesta a resignar su espacio. Sin embargo, en el caso de Tucumán, el incremento de las actividades económicas produjo la movilidad social de los recientemente migrados que no tenían aspiraciones nobiliarias y, también, para aquellos que pertenecían a otras etnias. Por ejemplo, una familia de la elite podía designar como heredera a una esclava y criada, dejándole parte de su propiedad. Esto la transformaba en “propietaria” de un solar céntrico de la ciudad colonial pero no la convertía en “vecina”. Es decir, que en los protocolos, están registrados como propietarios miembros de la elite y mulatas y pardas a las que sólo se las anotó con su nombre de pila, sin apellido. Sólo se registraban con apellido aquellos que hubieran alcanzado una posición importante: “[...] Lorenzo Alderete, pardo liberto, recibió merced del Cabildo [...]”  (en Bascary, A.M: Familia y vida cotidiana. Tucumán a fines de la colonia, Tesis doctoral, Sevilla, 1998, p. 76).

Una gran cantidad de habitantes de la ciudad de Tucumán a comienzos del siglo XIX, formaba parte de grupos étnicos que no eran considerados de la elite. Así fue que:
“[...] casi el 68% de los habitantes de la ciudad en 1778 y el 43,4% en 1812, aparecen censados como indios, mestizos, zambos, mulatos o negros, a los que debe agregarse otro 17,2% registrados en esa fecha sin especificación étnica y que probablemente, no fueran españoles al menos reconocidos, ascendiendo, por tanto, los sectores populares en 1812 casi el 60% de los habitantes de la ciudad [...]”.

En Bascary, A.M. Familia y vida cotidiana. Tucumán a fines de la colonia. Tesis doctoral, Sevilla: 1998, pag. 42 y 43.

A comienzos del siglo XIX, San Miguel de Tucumán estaba compuesta por:
“[...] cinco mil vecinos en el plantel urbano de humildes casas, con una plaza en el medio, un cabildo, cuatro conventos en el ejido, alguna escuela de frailes, un comercio precario y como atmósfera moral, los chismes, los bártulos, los cuentos de veinte blancos que saben leer y escribir, entre quinientos que no lo saben, pero que son de algún modo los amos de los indios [...]”

Rojas, R.: “Las provincias” en Guido, A.: Plan Regulador de Tucumán. UN Litoral, Serie Técnica – Científica, Nº 23, Rosario, 1941

Como todas las ciudades españolas, San Miguel de Tucumán contaba con una plaza central alrededor de la cual se encontraban ubicados los edificios públicos, las iglesias y las casas de los vecinos principales. La plaza funcionaba como mercado. Día tras día, llegaban comerciantes que ofrecían productos para el abastecimiento de la población, desde carne, verduras, artesanías, artículos para la vestimenta.

El Cabildo fue quemado en una revuelta de presos a fines del siglo XVIII, porque la cárcel compartía el mismo edificio. Hasta que fue reconstruido, a comienzos del siglo XIX, los cabildantes se reunían en cuartos alquilados o en casa de alguno de sus miembros.

Las iglesias eran un espacio importante para los habitantes de la sociedad tucumana, en especial para las mujeres de la elite, ya que constituía una de las actividades sociales más importantes para las familias principales.

En San Miguel de Tucumán, había cinco conventos, la Iglesia principal era la de San Francisco y otras secundarias. Todos los edificios se encontraban en estado ruinoso. Sólo el colegio de los jesuitas era el edificio que tenía paredes de material y estaba en mejores condiciones.

La ciudad contaba con unas diez pulperías, que eran lugares de distracción y de abastecimiento para los moradores que no pertenecían a la elite. También las calles eran lugares de esparcimiento para esos sectores, pero el Cabildo controló las actividades callejeras (juego de pelota, por ejemplo) y el modo de vestir atendiendo al orden moral que estaba obligado a resguardar: se pautó que los hombres de trabajo usaran pantalones y no se pasearan en calzoncillos por la ciudad delante de las mujeres decentes.

San Miguel de Tucumán tuvo en este sentido un amplio juego de tensiones, donde sectores sociales diferentes buscan su reconocimiento en el sistema político, económico, social y cultural que trazaba la colonia y que se modificó progresivamente durante el siglo XVIII.