La decisión de reconquistar las islas Malvinas fue tomada por los miembros del gobierno de facto, los mismos que perpetraron el terrorismo de Estado. Pese a ello, la acción contó con la adhesión de buena parte de la población.
Muchos de sus miembros se movilizaron el mismo 2 de abril de 1982 hacia la Plaza de Mayo, para mostrar su apoyo a la defensa de la soberanía de la patria. La fisonomía de la Plaza se había modificado en pocos días, ya que el 30 de marzo, al grito de “se va acabar la dictadura militar” ingresaban en ella miles de argentinos, convocados por la CGT expresando su repudio hacia el régimen y fueron duramente reprimidos.
En torno de la recuperación de Malvinas se congregaron fuerzas sociales de diferentes orientaciones políticas, ideológicas y religiosas. El gobierno de facto pudo concretar brevemente, a partir de la defensa de la soberanía, la unidad nacional y la autolegitimación con la que habían soñado sus ideólogos.
Las “hermanitas perdidas” que los maestros habían logrado idealizar desde las aulas, se corporizaban en la toma de posesión de unas lejanas tierras. Los argentinos aceptaban mandar a morir a sus hijos por la patria, la sociedad se movilizaba para despedir a los hombres-héroes que marchaban hacia el frente.
Los medios de comunicación alimentaron el optimismo y las esperanzas triunfalistas de la población. Las autoridades militares continuaron utilizando el aparato de censura, autocensura y desinformación que habían instalado desde 1976. Así, estableció lo que se podía informar, lo que se debía callar por motivos de seguridad y dejaron vía libre para alimentar la desinformación.
Desde la tapa de los diarios, los programas televisivos y radiales se incentivó y, hasta se arengó, la euforia ciudadana. "Estamos Ganando", titulaba la Revista Gente; “Argentinazo:¡Las Malvinas recuperadas!”, se leía en Crónica; “Euforia popular por la recuperación de Malvinas”, escribía el diario Clarín.
Los noticieros radiales y televisivos emitieron cotidianamente los comunicados de la Junta Militar en los que se brindaba información acerca de lo que acontecía en el Atlántico sur.
Los hechos de Malvinas desataron una oleada de carácter nacionalista y antiimperialista –especialmente anti-inglés- que permitió acceder al circuito formal a aquellos artistas –jóvenes roqueros- que hasta hacía poco tiempo habían sido considerados subversivos y enemigos internos, perseguidos y con obras proscriptas. A partir de entonces, la radio y la televisión tenían prohibido transmitir música en inglés. Se comenzaron a escuchar canciones de artistas como León Gieco, Pedro y Pablo, Charly García, Raúl Porcheto, Víctor Heredia, entre otros, que cantaban a la paz, pero que en su obra también cuestionaban la dictadura militar; de todos modos continuaba en vigencia una prolija censura respecto de esta temática.
Malvinas desató la solidaridad a raudales. Se organizó el llamado Fondo Patriótico Malvinas Argentinas: se recaudó mucho dinero, joyas y todo tipo de donaciones que nunca se invirtieron en mejorar las condiciones de los soldados que estaban en las islas. Se organizó una maratón televisiva transmitida por ATC y por sus repetidoras en todo el país, que se llamó “Las 24 horas de las Malvinas”, conducido por Cacho Fontana y Pinky. Participaron del programa importantes personalidades del espectáculo, la política, el deporte y el público en general realizando donaciones que engrosarían el Fondo Patriótico. El videograph que pasaban durante la transmisión decía: “Queremos la paz, pero con dignidad y justicia”.
En medio del conflicto no faltó el fútbol. Ese año se jugaba el Mundial en España, entre el 13 de junio y el 11 de julio. Ese fue otro motivo de discusiones y de distracción que alejaba a los argentinos del continente de la situación de guerra que estaban viviendo muchos compatriotas. Decía el relator de fútbol José María Muñoz cuando la selección argentina inauguró su participación en ese Mundial: “Debutan los campeones. Hoy es un día histórico”. Argentina no consiguió los resultados esperados y la selección fue eliminada en la segunda ronda, lo que provocó gran desazón.
En el continente, muchos argentinos vivieron la guerra como si fuera parte de una película bélica que acostumbraban a mirar por televisión; se fanfarroneaba con la superioridad de los argentinos ante los piratas ingleses; se esperaban con ansiedad el noticiero televisivo para escuchar los partes de guerra, que siempre anunciaban las bajas que las fuerzas argentinas habían producido a las fuerzas enemigas: hundido, averiado; parecía ciertamente que se trataba del juego de la batalla naval y no de una guerra en la que parte de la población argentina estaba arriesgando y perdiendo la vida y que comprometía el futuro de todos los argentinos. El aparato de desinformación del Estado generaba diversas especulaciones respecto de las posibilidades internacionales de apoyo al país en el conflicto.
El 19 de abril de 1982, el canciller argentino del gobierno de facto, Nicanor Costa Méndez, anunció el pedido de aplicación del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) ante la OEA considerando que era indiscutiblemente aplicable para el caso de Malvinas. El TIAR, también llamado Tratado de Río, fue firmado el 2 de septiembre de 1947 en Río de Janeiro y se proponía prevenir o reprimir las amenazas o actos de agresión contra cualquiera de los países americanos, asegurar la paz, proveer ayuda frente a los ataques armados. Un protocolo de reforma del TIAR aprobado en 1975, posibilitaba a las partes contratantes a que, además de gestiones de conciliación y pacificación, podrían adoptar medidas como ruptura de las relaciones diplomáticas, interrupción de las relaciones económicas y de las comunicaciones, retiro de los jefes de misión y también el empleo de la fuerza armada. Estados Unidos, principal impulsor del TIAR, hizo caso omiso al pedido debido a que también se hallaba vinculado a Gran Bretaña a través de otro acuerdo internacional: el Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Según el mismo, un ataque a un Estado europeo es considerado como un ataque dirigido contra todas las partes, por ende, Estados Unidos quedaba indefectiblemente “obligado” a ayudar a su madre patria y actuaría a través de Alexander Haig como negociador en el conflicto.
Los países latinoamericanos apoyaron casi en forma unánime a la Argentina. De igual manera procedieron los países que conformaban el Movimiento de los No Alineados. Los cancilleres americanos reunidos en la Organización de Estados Americanos (28 de abril de 1982) –reunión realizada contra la voluntad de los Estados Unidos- expresaron la necesidad del cese de las hostilidades y sólo hicieron referencia superficial a la aplicación del TIAR.
La mediación estadounidense había fracasado, tal vez la visita del Papa Juan Pablo II fuera una alternativa para alcanzar la paz. Llegó al país el 11 de junio, fue recibido por el arzobispo de Buenos Aires, cardenal Juan Carlos Aramburu y el nuncio apostólico, monseñor Ubaldo Calabresi. Se entrevistó con el dictador Galtieri y con autoridades de facto civiles y militares. Saludó a la multitud que se reunió en Plaza de Mayo y exhortó a los contendientes a deponer actitudes extremas.
Tres días después, el general Menéndez firmaba la rendición. La guerra había terminado. En las calles, en los bares, en las casas, muchos argentinos estaban sorprendidos:¿cómo era posible que nos hubieran ganado?. Si todos los días se producían bajas y averías del lado enemigo. La verdad quedaba al desnudo. La verdad resultaba incomprensible, sorprendente. ¿Cómo la situación había variado tan abruptamente?. Los resultados comenzaban a verse: tristeza, desilusión, sorpresa. La niebla generada por los medios de desinformación empezaba a disiparse, ahora la guerra comenzaba a mostrar su verdadera cara: muerte, derrota popular –externa e interna-, ausencias, endeudamiento, dolor, corrupción, tristeza, irresponsabilidad, amputaciones, ocultamiento, locura, complicidad...