Debido a los fuertes temporales del invierno, las naves de la expedición de Hernando de Magallanes, tuvieron que refugiarse en la Bahía de San Julián, un lugar protegido de las inclemencias del clima. Fue allá donde se produjo el primer encuentro con los indígenas, según relató el cronista Antonio Pigaffeta:
-[...] Un día en que menos lo esperábamos se nos presentó un hombre de estatura gigantesca. [...] Este hombre era tan alto que con la cabeza apenas le llegábamos a la cintura-.
Pigafetta, Antonio. Primer viaje alrededor del globo. Buenos Aires: Orbis, 1986, p. 22.
Estos "hombres gigantes" ocuparon el actual territorio de la Patagonia y se extendieron hasta el Estrecho de Magallanes.
Según las descripciones de Pigafetta, eran hombres bien formados, con el rostro ancho. Se pintaban la cara de rojo, alrededor de los ojos de color amarillo y en cada una de las mejillas, una mancha en forma de corazón. Sus cabellos eran escasos, tenían flequillo y detrás, era más largo. Lo sostenían con un cordón de lana que se ponían alrededor de la cabeza y que también utilizaban para colocar sus flechas cuando iban de caza.
El cronista contó que las mujeres no eran tan grandes como los hombres, pero sí, más gordas. Sólo se cubrían la parte inferior de sus cuerpos con una especie de taparabo y andaban con los pechos al descubierto. Cuando el frío era muy intenso, se vestían con una capa confeccionada de pieles de guanaco y cubrían sus pies con una especie de calzado hecho de la misma piel. Era una suerte de ojota que dejaba una enorme huella sobre la arena, por lo cual Magallanes denominó "patagones" a los habitantes de esa región.
Eran las mujeres las que se dedicaban a la confección de la vestimenta, secando las pieles al sol, para luego rasparlas con un pedazo de pedernal, quitándole las asperezas. Posteriormente, las untaban con una mezcla de grasa e hígado para ablandarlas hasta que alcanzaran máxima flexibilidad. Recién entonces, las cortaban en pedazos con un cuchillo pequeño muy afilado y hacían pequeños agujeros por donde pasaban la costura.
Asimismo, cubrían sus toldos con pieles de guanaco, los que podían desarmar y transportar con facilidad donde más les convenía. Se organizaban en bandas compuestas por varias familias. Cada banda tenía su propio jefe y disponían de un territorio propio por el cual migraban estacionalmente. La actividad de los jefes era limitada; sólo podían disponer el rumbo de las migraciones y el orden de la caza. Carecían de morada fija y los movimientos de la fauna determinaban sus desplazamientos. En tiempo de verano, se instalaban en las proximidades de la cordillera y en sus lagos y en el invierno, se ubicaban en la cercanía de la costa.
Se dedicaron a la caza y a la recolección de moluscos. Para cazar, ataban la cría de los guanacos y de los ñandúes en algunos arbustos y se escondían entre las malezas esperando que los adultos vinieran a buscar a la cría; entonces, los mataban a flechazos. También eran diestros en la caza de peces.
Según los relatos, además, comían ratones crudos y aún con piel. No cocinaban la carne, la consumían cruda.
Cazaban de pie y utilizaban arcos chicos hechos de madera y con cuerda de intestino de guanaco. Las flechas eran cortas, de caña y punta de piedra o hueso; y usaban cuchillos de piedra:
"Llevaba en la mano izquierda un arco corto y macizo, cuya cuerda, un poco más gruesa que la de un laúd, había sido fabricada de una tripa del mismo animal; y en la otra mano, flechas de caña, cortas, en uno de cuyos extremos tenían plumas, como las que nosotros usamos, y en el otro, en lugar de hierro, la punta de una piedra de chispa, matizada de blanco y negro. De la misma especie de pedernal fabrican utensilios cortantes para trabajar la madera".
Pigafetta, Antonio. Primer viaje alrededor del globo. Buenos Aires: Orbis, 1986, p. 23.
A partir de la llegada de los españoles, la caza se realizó a caballo y el arma fue la boleadora. Este elemento podía ser de una piedra (bola perdida), que servía para herir a la presa o al enemigo; de dos y tres piedras, que tenían como finalidad detenerlo, arrojándola generalmente, a las patas o los pies.
Las mujeres se dedicaban a cazar animales más pequeños como quirquinchos, zorrinos y maras. La caza se complementaba con la recolección de raíces comestibles y de algunas semillas, con la que fabricaban harina y preparaban una especie de torta. Trasladaban el agua en odres de cuero.
El uso del caballo posibilitó la concreción de prácticas comerciales ya que se sintieron atraídos por los productos que ofrecían los pobladores blancos. Durante el siglo XIX, debido a la dependencia cada vez mayor de éstos, se incrementaron los viajes a Carmen de Patagones y a Punta Arenas, transformándose en un circuito económico fundamental.
Por otra parte, según Pigafetta, estos "indios salvajes" desarrollaron la ciencia médica:
"[...] por ejemplo, cuando se sienten mal del estómago, en lugar de purgarse, como lo haríamos nosotros, se introducen bastante adentro en la boca una flecha para provocar los vómitos, lanzando una materia verde, mezclada con sangre. Lo verde proviene de una especie de cardo de que se alimentan. Si tienen dolor de cabeza, se hacen una incisión en la frente, efectuando la misma operación en todas las partes del cuerpo donde sienten dolor, a fin de dejar salir una gran cantidad de sangre de la región dolorida. Su teoría, que nos fue explicada por uno de los que habíamos cogido, está en relación con su práctica: el dolor, dicen, es causado por la sangre que no quiere sujetarse en tal o tal parte del cuerpo; por consiguiente, haciéndola salir debe cesar el dolor."
Pigafetta, Antonio. Primer viaje alrededor del globo. Buenos Aires: Orbis, 1986, p. 24.
Estas comunidades mantuvieron su desarrollo en la Patagonia hasta alrededor de 1879, cuando se llevó a cabo la "campaña al desierto", liderada por Roca y fueron prácticamente exterminados.
A continuación, presentamos un documento breve, sin firma y sin fecha exacta, cuyo original estaba escrito en inglés. Es posible que fuera escrito por un oficial de la Armada Británica, entre 1840-41, que habiendo surcado el estrecho de Magallanes, dejó constancia de la vida de los naturales de la costa patagónica.
Este documento pertenece al Archivo de las Islas Malvinas.
Memorandum acerca de los patagones |
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