Dirección General de Cultura y Educación

Educación


El deseo de conocer –según expone en sus escritos– fue una preocupación de Sarmiento desde niño.

Aprendió a leer de corrido a los cuatro años y comenzó a cursar sus estudios en la “Escuela de la Patria” de su ciudad natal a los cinco años. Los hombres que actuaron en los gobiernos nacidos de Mayo de 1810 tuvieron conciencia de la relevancia social que tenía la instrucción pública y en esa convicción desarrollaron acciones para abrir escuelas públicas en todo el territorio heredado de España.

Manuel Belgrano planteaba que la población presentaba rasgos de ociosidad y miseria que podrían revertirse a partir de la instrucción:

“[...] Uno de los principales medios que se deben aceptar a este fin son las escuelas gratuitas adonde pudiesen los infelices mandar a sus hijos sin tener que pagar cosa alguna por su instrucción; allí se les podía dictar buenas máximas e inspirarles amor al trabajo [...]”.

Memoria leída ante los miembros del Consulado de Buenos Aires el 15 de julio de 1796. En tal sentido, al igual que en Buenos Aires en 1812, en Córdoba en 1813, en 1816 se creó en San Juan la “Escuela de la Patria”.

Sarmiento fue allí estudiante durante nueve años. La escuela estuvo a cargo de los maestros Ignacio Fermín y José Genaro Rodríguez maestros. La escuela se ubicaba en un local cercano a la plaza de armas. Contaba con tres salones que albergaban cerca de trescientos niños. Domingo recordaba que la decoración de la escuela era suntuosa, había una imagen de la virgen del Carmen –patrona de la escuela–, una pintura de las armas de la República y un cartucho que decía: “¡Recompensa al mérito!”.

Aprendió matemática elemental y gramática, perfeccionó la lectura y alcanzó a ser un estudiante destacado. Los sábados también acudía a la escuela para recibir enseñanza religiosa y orientaciones morales. Sarmiento comentaba que su padre, a pesar de sus limitaciones, le tomaba diariamente la lección y lo hacía practicar lectura.

Luego de haber pasado el tercer nivel de aprendizaje, el maestro confeccionaba un informe de actuación de los alumnos en condiciones de egresar de escuela primaria; los candidatos a la graduación debían pasar por un examen público ante las autoridades. Ese espectáculo se desarrollaba en la plaza. Allí los estudiantes esperaban sentados en sus bancos a ser interrogados sobre los conocimientos adquiridos. Alrededor de ellos se ubicaban padres y público en general. Presidían el acto el Gobernador, los miembros del Cabildo, el sacerdote y algunos vecinos notables.

Terminados sus estudios en la Escuela de la Patria, la familia recibió la noticia de que Rivadavia había creado un colegio donde gratuitamente –a cuenta del erario nacional– recibirían educación, vestuario y mantenimiento seis jóvenes de cada uno de los territorios provinciales. El maestro Ignacio Rodríguez propuso el nombre de Domingo, pero en la elección final no fue agraciado. Tampoco pudo acceder a una beca para estudiar en el Seminario de Loreto en Córdoba.

Escuela de San Francisco del Monte en San Luis, lugar donde Sarmiento trabajó como maestro.     En 1825 se trasladó a San Luis para continuar sus estudios con el clérigo José de Oro. Junto a él, creó una escuela a la que asistieron adultos que deseaban aprender a leer y escribir. Esa fue su primera experiencia como maestro, incluso de un grupo de estudiantes que lo superaban en edad. En 1826 junto al cura José de Oro, trazaron los planos de una villa a la que bautizaron San Francisco del Monte de Oro. El maestro Oro le enseñaba latín, gramática, geografía; conversaban sobre religión, brujos y fantasmas, para despejar ciertos miedos del estudiante. Sarmiento, en sus escritos, reconoció los aportes del sacerdote a la formación de su carácter, a despertar su interés por los acontecimientos del país, a desarrollar la imaginación, a cultivar la caballerosidad y la honradez.

Ante una propuesta de becar a Domingo para que realizara estudios superiores en Buenos Aires, su padre lo separó de José de Oro y lo llevó de regreso a San Juan. Pero la agitación política que se vivía en el país y, en particular en esa la provincia, malograron esta posibilidad.

Domingo contaba con dieciséis años y deseaba ganarse la vida y aportar a la economía familiar. Entró entonces a trabajar como dependiente en el almacén de ramos generales de la viuda Ángela Salcedo de Sarmiento. No era este el futuro que había vislumbrado Domingo para sí, pero doña Ángela supo comprender que las expectativas de su empleado eran otras y trató de hacerle llevadera su actividad permitiéndole que cuando los clientes escaseaban la lectura de un libro llenara esos huecos.

Domingo Faustino Sarmiento en su juventud. Leyó la historia de Grecia y de Roma, la Biblia y destinó mucho tiempo y entusiasmo a los catecismos de Ackermann. Durante la década de 1820, una serie de casi treinta catecismos fue publicada en Londres para la “ilustración” de los recientemente independizados países de Latinoamérica. Todos ellos producidos por Rudolph Ackermann –escritos o traducidos por exiliados españoles y patrocinados por diplomáticos y hombres de estado latinoamericanos–, estos manuales fueron reimpresos varias veces en estos países y constituyeron una base importante para la ulterior producción local de textos escolares –también de estilo catequístico– a largo del siglo XIX. Los catecismos podrían ser pensados como una suerte de manuales, que resumían tanto preguntas como respuestas acerca de la enseñanza de toda clase de asignaturas.

La casa de doña Ángela fue para Sarmiento un lugar de trabajo y también un ámbito de actividad social y educativa ya que, en la trastienda se llevaban a cabo tertulias donde se conversaba acerca de la situación política, se discutían proyectos que fomentarían el progreso de San Juan. Además, el dependiente oficiaba de maestro del hijo de doña Ángela, llamado Domingo Soriano Sarmiento, con quien Domingo Faustino compartió tiempo y afecto, llegando a mencionarlo casi como a un hijo.

Sarmiento salió de la tienda de Ángela Salcedo para vestir el uniforme militar, pero siempre tuvo tiempo para lanzarse a la lectura de cuanto libro cayera en sus manos. En 1829, en medio de tiempos políticos turbulentos, tuvo que mantenerse escondido en su casa –según su propio relato– y se dedicó solitariamente al estudio del idioma francés, con libros de gramática y diccionario prestados. En el exilio chileno, en 1833, cuando trabajó como dependiente de comercio en Valparaíso, pudo pagar a un profesor que le enseñara inglés.

Documentos de época

En 1837, aprendió italiano en San Juan y en 1842 estudió portugués. Luego, cuando estuvo en Francia, aprendió el alemán. Completó cursos de historia y filosofía y leyó a muchos literatos franceses, políticos estadounidenses que alimentaron su sed de conocimientos que serían aplicados durante las diferentes actividades que desarrolló durante su vida.

Sarmiento habla acerca de su educación

El Clérigo José de Oro