Al iniciarse la década de 1930, la crisis económica iniciada con la caída de la Bolsa de Wall Street, el auge de los movimientos nacionalistas en Europa, el crecimiento de la Unión Soviética y del socialismo influyeron en el contexto argentino, donde un golpe de Estado cívico-militar había desalojado a Yrigoyen y a los radicales del gobierno.
Se temía a la desocupación como fuente de agitación social, a la que añadían combustible los inmigrantes europeos endurecidos por la experiencia bélica, posibilitando la apertura de una puerta hacia el comunismo. El pánico se apoderó de las clases dirigentes, estimulado por los sectores militares y eclesiásticos:
“El orden público estaba conmovido, no sólo porque los resortes de la seguridad y vigilancia se habían resentido, sino también porque era amenazado por los elementos que la revolución desalojaba y por los agitadores comunistas, anarquistas y bandoleros que se aliaron con aquellos para satisfacer sus perversos planes de desorden y de disolución social”.
Argentina, Mensaje del Presidente Provisional de la Nación Teniente General José F. Uriburu al Pueblo de la República Uriburu, La obra de gobierno y de administración, Buenos Aires, Imprenta y Encuadernación de la H. Cámara de Diputados, 1931, p. 9
El discurso oficial se organizó alrededor de un tema excluyente: la crisis del orden social en su conjunto como un proceso de disgregación de los fundamentos de la argentinidad, que ponía en peligro la existencia de la patria. Para combatirla, se hizo indispensable un replanteo de los mitos fundacionales, una recomposición de las viejas ideas en función de nuevos conceptos organizadores, una recuperación de la tradición como vía para lograr la unificación nacional.
En tal sentido, hubo una revalorización y resignificación del interior rural como refugio de la identidad nacional. Se presentaba la imagen de un campo sin conflictos, idílico, rico e inagotable, muy alejado del espacio de la barbarie que ilustraba Sarmiento en Facundo. En el discurso nacionalista, fue fundamental la mitificación del gaucho, cuyo lugar marginal en el mundo de la barbarie fue ocupado por un nuevo enemigo: el inmigrante provisto de ideas sociales disolventes.
Nada quedaba de su primitivismo, rebeldía y fiereza. Se había transformado en peón rural, al que se le asignaban nuevas cualidades que contribuirían a su simbolización y glorificación: la honestidad, la nobleza, el coraje, la melancolía y la compasión.
El discurso nacionalista construyó un imaginario social que se insertó en las más diversas actividades y manifestaciones artísticas y culturales. En la literatura, en el discurso cinematográfico se trataba de resumir e instalar las ideas de orden, jerarquía, respeto por la autoridad, consolidación de la propiedad privada. La música, institucionalizada, fue otra de las manifestaciones artísticas en las que permeó el rescate de la tradición a través de su contenido folclórico.
La escuela debía crear una conciencia nacional y así lo expresaban documentos emitidos por el Consejo Nacional de Educación:
“El carácter cosmopolita de nuestro país ha impuesto a la escuela primaria la misión de mantener vivo el espíritu nacional como vínculo poderoso de arraigo y de solidaridad social. En tal sentido, la escuela argentina ha intensificado en los programas una orientación marcadamente nacionalista, que se señala, especialmente, en la enseñanza de la historia, la geografía y el lenguaje.”
Argentina, Consejo Nacional de Educación, La Instrucción Primaria en la República Argentina: breve reseña ilustrativa, Buenos Aires, CNE, 1932, p. 16-17
El Profesor Pedro Comi, rector de la Escuela Normal de Profesores Mariano Acosta, refiriéndose al “Panorama de la educación argentina”, agregaba:
“El problema económico es hoy un grave problema. El hambre subleva las conciencias, e ideas de subversión y anarquía se apoderan del hombre, se infiltran en los jóvenes y llegan hasta los niños.
Ideas de un internacionalismo absurdo e imposible flotan en el ambiente, y un despertar de odios y apetitos amenaza destruir toda jerarquía humana. He aquí, pues, que hoy como ayer y como en sus orígenes, se pide que la enseñanza sea nacionalista, exaltando a la patria y a los fundadores de nuestra nacionalidad, cuyas vidas debemos comentar como ejemplo en la escuela y fuera de ella. [...] necesario es que la escuela haga obra firme y que el maestro despierte día a día el amor de alumno por la patria y por el ejemplo de sus héroes y de sus hombres civiles de mayor valor.
[...] Nuestro pueblo ha perdido la noción de la jerarquía. Un espíritu de falsa democracia ha originado este mal, que trae aparejado un malestar colectivo y el debilitamiento y posible destrucción de todas las instituciones.
[...] Es necesario, es indispensable que la escuela, en todos sus órdenes restablezca, hasta en sus más mínimos detalles, esta ordenación y gradación de los valores y de los derechos humanos, desgraciadamente tan divididos hoy”.
“Disertación del Profesor Pedro L. Comi en la reunión del Instituto Popular de Conferencias”, en La Prensa, 1 de septiembre de 1934, p. 5
El respeto por la jerarquía implicaba un respeto al orden social establecido, entendido como un orden natural e inmutable. La idea de jerarquía estaba ligada, por un lado, al respeto a la autoridad instituida –el Ejército en este caso- y, por otro, remitía a una útil metáfora espacial para graficar y simbolizar la pirámide social: en la cúspide la elite, su centro sectores medios y su gran base la complejidad de los sectores populares. El respeto a la jerarquía garantizaba la inmovilidad social, asegurando a la elite su continuidad en la cima de la pirámide social.
Para poner freno a las ideas y proyectos foráneos, para plasmar el orden y progreso, en definitiva, para concretar el anhelado regreso al pasado, era indispensable reconocerse en tradiciones. Así lo expresaba el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Manuel Fresco:
“Mi gobierno es conservador, en cuanto conserva, defiende y rinde homenaje a los valores tradicionales de la sociabilidad argentina, en cuanto asienta su fuerza y su prestigio sobre las instituciones básicas del mundo occidental y cristiano, la familia, la propiedad, la nacionalidad, la jerarquía [....]”.
Fresco, Manuel. Mis Mensajes. Buenos Aires: Damiano, 1940, p. 46
El gobierno realizó todos los esfuerzos por definir los atributos de los símbolos nacionales e impartir una enseñanza nacionalista que recupere la tradición. En tal sentido, la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires estableció por Ley Nº 4756/1939 que el 10 de noviembre, aniversario del nacimiento de José Hernández, debía conmemorarse el "Día de la Tradición". Las celebraciones debían realizarse en Luján y San Antonio de Areco.
En 1988, la Legislatura bonaerense aprobó un agregado a esa ley, disponiendo que sea San Antonio de Areco, sede permanente del Día de la tradición.
Desde entonces, con la participación de autoridades, de estancieros y de paisanos, el desfile de los gauchos se institucionalizó. Un jinete abanderado y su escolta encabezan el desfile, llegan al palco oficial y se detienen a saludar.