Dirección General de Cultura y Educación

Contexto

Las ideas fisiocráticas

La escuela fisiocrática estuvo conformada por un grupo heterogéneo de filósofos economistas, durante la segunda mitad del siglo XVIII, influidos por las ideas de Francois Quesnay.

Francois Quesnay Quesnay fue médico personal del rey Luis XV. En 1758, publicó el Tableau Economique acompañado de un suplemento Maximes Générales du Gouvernement Economique dun Royaume Agricole. A partir de la aparición de esta obra, logró atraer a su causa a algunos economistas que al propagar sus ideas, fueron ganando seguidores. Los miembros del grupo se aferraron a ideas centrales de la teoría planteada por Quesnay y mantuvieron independencia de criterio en otros aspectos.

La propuesta central de los fisiócratas fue una idea central la transformación de la economía francesa confiriendo primacía a la explotación agrícola en régimen de libertad. Pensaban que a través de la racionalización de las técnicas agrícolas, se podía lograr un mejoramiento de la agricultura que produjera el aumento de la producción, en la cual se sustentaría todo el sistema económico.

Para llevar adelante sus objetivos económicos, se necesitaba, desde lo político, el mantenimiento del antiguo régimen. Es decir, un gobierno fuerte, una monarquía absoluta pero en consonancia con el racionalismo propio de ese siglo.

Los fisiócratas utilizaron varios periódicos de la época para dar difusión a sus ideas. El carácter científico de sus teorías, la conciencia de formar un grupo unido para el desarrollo de un programa de investigación y la existencia de un medio de expresión y difusión de sus ideas son las características por las que se considera a la fisiocracia una de las primeras escuelas científicas del pensamiento económico (después de la Escuela de Salamanca).

Jean-Claude Marie Vincent de Gournay (1712-1759), otro representante de las ideas fisiócratas, exaltó la libertad económica y la eliminación de las reglamentaciones y de los monopolios. Se le atribuye la famosa frase: Laissez faire, laissez passer, le monde va de lui même(Dejad hacer, dejad pasar, el mundo va por sí mismo).

¿Qué proponían los fisiócratas?

El orden natural: consideraban que la Naturaleza, regida por la ley natural, era la que debía gobernar todas las instituciones humanas. El nombre de fisiocracia, deriva del griego y significa: fisis = naturaleza y kratos = gobierno. El orden natural de las sociedades humanas consiste en una armonía perfecta de las instituciones sociales sin la que la felicidad y el crecimiento del género humano no podrían tener lugar.

El orden natural es un ideal que tiene que alcanzar el ser humano para lograr la prosperidad económica, la riqueza. Para Quesnay, las riquezas consistían en los productos renovables procedentes de la agricultura y que servían para subsistir y para disfrutar.

¿Cómo repercute este orden en la organización política de la sociedad? Los seres humanos manifiestan en sus instituciones un orden positivo. Es decir, cierta legislación que si se separa del orden natural es debido a la incapacidad de los legisladores para interpretar cabalmente el derecho natural; si esto ocurre no se pueden alcanzar los efectos beneficiosos del orden natural.

La riqueza y la productividad exclusiva de la agricultura: Quesnay no consideraba al dinero como riqueza, decía que: "el dinero en sí mismo es absolutamente estéril" planteaba que sólo se producía renta a través de un bien que la produjera. Para Quesnay, el bien que producía riqueza era la agricultura ya que servía para subsistir, a lo que él denominaba luxe de subsistence, y para disfrutar, a lo que él llamaba luxe de decoration: "La tierra es la única fuente de riquezas y la Agricultura las multiplica".

Afirmaba que lo importante era desarrollar un sistema económico nacional abastecido con las materias primas proporcionadas por la naturaleza, o sea, la promoción de la explotación de los recursos naturales del país para impulsar su crecimiento económico. Recursos que podrían proporcionar perpetuamente bienes consumibles, sin menoscabo de la fuente de su producción. La agricultura es la única actividad que genera un producto neto; es decir, una cantidad de bienes superior a los utilizados como materia prima, como reposición del capital productivo y como pago de los asalariados.

El comercio exterior y el bon prix (buen precio): Los fisiócratas consideraban al comercio en general, como todas las ramas de la actividad económica -descontada la agricultura-, "estéril" porque no creaba producto neto. Pero exceptuaban el comercio exterior debido a que la venta en el comercio exterior de los excedentes de los productos agrícolas era un medio para lograr un bon prix (buen precio, o sea, alto) en el interior, ya que el exceso de oferta no presionaría los precios a la baja.

En cuanto a las importaciones, eran el último recurso para disponer de los bienes necesarios que no hayan podido producirse en el país para saciar todas sus necesidades. Lo que se intentaba era sustituir la dependencia de la introducción de productos importados provenientes del comercio exterior por un sistema productivo nacional.

La propiedad privada: La consideraban como la más importante institución social, conforme con el concepto de orden natural, ya que, existía una relación directa entre la valor de la propiedad y el nivel de libertad que un ser humano podía disfrutar. Este derecho natural debía plasmarse en derecho positivo con la finalidad de proteger la propiedad territorial. Creían que la propiedad privada ejercida libremente y la igualdad social eran incompatibles porque la economía de una sociedad precisaba una diferencia en el nivel económico de sus miembros para que circularan las rentas y se originara la riqueza. El sistema económico tenía que causar las desigualdades para lograr su mantenimiento indefinido.

El laissez faire o el liberalismo económico: La economía propuesta por los fisiócratas necesitaba la eliminación de las restricciones normativas heredada del pasado (controles de producción, restricciones aduaneras al tráfico interior, etc.) que constreñía al sistema económico. Pero el establecimiento de una nueva legislación no garantizaba el respeto por el orden natural, por eso, era preferible no hacer nada, dejar que el mundo de la economía marchara por sí solo: laissez faire, laissez passer, le monde va de lui même. Pero en realidad,  para poner en práctica su liberalismo, los fisiócratas necesitaban una activa intervención gubernamental que removiera los obstáculos que entorpecían el desarrollo económico. Esto involucraba la realización de importantes reformas administrativas e institucionales que promovieron  a través de los llamados reyes despóticos ilustrados, en la creencia de que la modernización y racionalización de la economía se podía llevar a cabo desde arriba y con la finalidad de mantener a la aristocracia en su posición de clase elitista por ser considerada por ellos como motor del proceso económico.

Semblanza del General Belgrano, por Bartolomé Mitre

 

Belgrano es una de las más simpáticas ilustraciones argentinas y una de las glorias más puras de América, no sólo por sus memorables servicios a la causa de la Independencia y de la Libertad, sino también, y muy principalmente, por la elevación moral de su carácter y por la austeridad de sus principios democráticos.

Su gloria es un patrimonio nacional, y pretender arrancar a su corona cívica una sola de sus hojas, sin justificar el derecho con que tal despojo se haga, sería defraudar al pueblo de su propiedad legítima.

Belgrano no ha sido un genio político del vuelo atrevido de Moreno, ni un genio militar de la altura de San Martín, con quienes comparte la gloria de haber sido, a la par de] primero, uno de los fundadores de la democracia argentina, y con el segundo, el héroe y el fundador de la Independencia.
Fue un gran ciudadano y un verdadero héroe republicano, y esa es su gloria.

El general Belgrano ha ejercido dos clases de autoridad en el mando: exigía de sus subordinados una obediencia religiosa al cumplimiento del deber y una exactitud casi igual a la que se exige a una orden monástica, siendo inflexible en el castigo de los delincuentes.

Estas cualidades de mando han formado escuela. El general Paz, que lo criticó por ellas, mandaba, sin embargo, sus ejércitos a la manera de Belgrano, y no por eso ha sido calificado de déspota.

El mando militar tiene en sí mismo algo de despótico, porque es personal, sólo tiene por límites la responsabilidad moral del que lo ejerce y el sentimiento de la justicia y de la dignidad humana. Si el carácter de Belgrano hubiera sido despótico, se habría manifestado en el ejercicio de ese mando casi absoluto, que las exigencias de la revolución y el peligro común hacían que fuese más tirante que en las condiciones de la vida ordinaria; y sin embargo, es sabido que Belgrano fue siempre justo a la vez que severo en el ejercicio tranquilo de su autoridad; que jamás abusó de ella, ni fue cruel ni voluntarioso, y todos cuantos militaron bajo sus órdenes le guardaron, por toda la vida, estimación, respeto y amor.
Como autoridad política en los territorios donde hizo la guerra, responde en su favor el amor, el respeto, la confianza que supo inspirara los pueblos, y que se conserva hasta hoy aun en los hijos de los indios a quienes trató justiciera y paternalmente en Misiones y en las montañas del Alto Perú.

Belgrano no era ciertamente un demócrata a la manera de Artigas y de Güemes, expresiones exageradas de la democracia en una época de revolución: era un demócrata de la escuela de Washington y de Franklin, cuyos principios profesó toda su vida.

Lo prueba su anhelo por la instrucción de las masas, atestiguado por los establecimientos de educación que fundó antes y después de la revolución; su respeto a la igualdad humana, manifestado hasta en su conducta con los indios de Misiones y del Alto Perú; su amor a la libertad del pueblo a que consagró su vida y sus afanes; su empeño constante porque la revolución se constituyera sobre la base de un poder deliberante emanado directamente del pueblo, como lo demuestra su correspondencia con Rivadavia; su respeto a la ley y a las autoridades constituidas, y, más que todo, su abnegación, su desinterés y su modestia en presencia de los altos intereses públicos.

Por eso el general Belgrano es el ideal del demócrata. Ningún argentino ha merecido mejor que él este nombre, y negárselo sería querer privar a su patria de uno de los más hermosos y acabados modelos que en tal sentido se pueden presentar como ejemplo digno de admirarse y de imitarse.

Belgrano y San Martín, los dos verdaderos grandes hombres de la historia revolucionaria argentina, pueden llamarse padres y autores de la independencia de su país, teniendo de común que los dos fueron hombres de orden, ajenos a los partidos secundarios de la revolución, que nunca pertenecieron sino al gran partido de la patria, ni tuvieron más pasión que la de la independencia, la de la libertad americana, cuyo sentimiento inocularon profundamente en el corazón de los pueblos y ejércitos que dirigieron.

San Martín en las provincias de Cuyo, y Belgrano en las del norte, levantando el espíritu público en ellas conquistando el amor y la confianza de las poblaciones, consiguiendo que los ciudadanos acudiesen voluntariamente y con entusiasmo a sus banderas, dispuestos a la lucha y al sacrificio, haciendo concurrir hasta a las mujeres a la defensa de la causa común, prueban que tanto el uno como el otro eran verdaderos hombres de revolución, que si bien no se cuidaban de encabezar partIdos, sabían como se mueve a las democracias encabezando una causa popular.

El general Belgrano recibiendo el mando de un ejército desorganizado después de dos derrotas, haciendo la guerra en medio de pueblos decaídos o descontentos en parte. Como lo hemos probado ya, obteniendo una victoria en una retirada desigual, haciendo por último pie firme en Tucumán, llevando a su población al campo de batalla, y predisponiendo a la provincia de Salta a hacer los sacrificios más sublimes de que es capaz el patriotismo, nos enseña cómo los verdaderos demócratas encabezan, no los partidos, sino los grandes movimientos de la opinión que deciden del destino de los pueblos.

En Historia de Belgrano y de la independencia argentina.