Dirección General de Cultura y Educación

Campaña militar

Al Alto Perú

Otra era la situación en la parte del Norte. Luego de la derrota sufrida por el ejército patriota en Huaqui, las fuerzas realistas, al mando de Goyeneche, penetraban en el Alto Perú. Juan Martín de Pueyrredón, quien hacía poco tiempo había recibido el mando de las tropas patriotas, se vio forzado a pedir su relevo a los miembros del Triunvirato fundado en razones de salud. Fue reemplazado por Manuel Belgrano, quien luego de haberse retirado de la Banda Oriental, comandaba dos baterías en las costas del Paraná para contener las incursiones de la escuadrilla española por el río. Fue en ese lugar donde Belgrano adoptó la escarapela nacional (febrero de 1812) y  creó y enarboló la bandera azul y blanca que juraron sus tropas el 27 de febrero de 1812.

Pueyrredón entregó el mando a Belgrano en la posta de Yatasto y se dispuso a recuperar, en lo posible, el terreno perdido. Avanzó nuevamente sobre Salta y Jujuy y mientras sus destacamentos amenazaban el Alto Perú, disciplinaba a los miembros del  ejército, carentes de organización. Pero los españoles no permanecieron inactivos y Goyeneche destacó a Pío Tristán con 4 batallones de infantería, 1200 hombres de caballería y 10 cañones para que ocupara el Norte del territorio rioplatense hasta Tucumán. El 10 de agosto de 1812, los realistas emprendieron la marcha desde Suipacha.

Belgrano, conciente de la inferioridad de las fuerzas a su mando, decidió retirarse por el camino de postas hacia Tucumán, saliendo el 23 de agosto de 1812 de Jujuy, previo  éxodo de la población.

Al día siguiente, Pio Tristán y sus hombres ocupaban la ciudad y seguían los pasos de los patriotas, quienes los derrotaban el 3 de septiembre de 1812 al sur del río de Las Piedras. Belgrano modificó la ruta que llevaban. Llegaron a Tucumán el 12 de septiembre siendo recibidos cordialmente por la población, quien solicitó al comandante que permaneciera en la ciudad a pesar de las órdenes impartidas por los miembros del Triunvirato para que avanzara sobre Santiago del Estero y Córdoba.

Belgrano informó a las autoridades residentes en Buenos Aires que no podía retroceder porque de ese modo, hacía peligrar a sus tropas. El 24 de septiembre de 1812, se enfrentaron a los realistas en el llamado Campo de las Carreras cerca de Tucumán. Tristán se retiraba en pleno desastre. En la acción se distinguieron los comandantes Superí, Warnes y el capitán Forest, como jefes de la infantería; Juan Ramón Balcarce (nació en Buenos Aires el 16 de marzo de 1773 y que tuvo una larga actuación pública), como jefe de la caballería tucumana; y el barón de Holmberg (nacido en Austria en 1778), al mando de la artillería.

Belgrano, aprovechando la victoria, hizo avanzar de inmediato sus columnas hasta Jujuy; pero como Tristán se había atrincherado en Salta, emprendió personalmente la ofensiva junto a sus tropas el 12 de enero de 1813. Cruzó el río Pasaje los días 9 y 10 de febrero, y el 13 mandó jurar fidelidad a la Asamblea General Constituyente, instalada en Buenos Aires a fines de enero. Las marchas rápidas sorprendieron a la vanguardia realista en Cobos. El 18 de febrero los patriotas llegaban a las cercanías de la ciudad de Salta y la rodearon estableciéndose en el Campo de Castañares, lugar en donde el 20 de febrero vencieron a Tristán haciéndolo capitular con todo su ejército. Dejaron en libertad a los prisioneros bajo juramento de no tomar las armas contra la Revolución.

Belgrano ordenó la invasión al Alto Perú y estableció su cuartel general en Potosí. Allí, la suerte fue favorable a los realistas, quienes al mando de Joaquín de la Pezuela, vencieron al ejército patriota en las batallas de Vilcapugio (1 de octubre de 1813) y Ayohuma (14 de noviembre de 1813).

Entre tanto, las tropas de Belgrano se replegaron hacia Jujuy pero la presión del ejército enemigo los hizo desplazar hacia Salta y luego a Tucumán. El 29 enero de 1814 se encontró en Algarrobos, cerca de Yatasto, con el coronel José de San Martín, que llegó con refuerzos enviado por el gobierno de Buenos Aires. Allí, Belgrano le entregó el mando y partió hacia Buenos Aires acatando la orden de someterse a proceso por sus derrotas.

Luego de las victorias de Vilcapugio y Ayohuma, el general realista ocupó Salta y Jujuy.  Entre sus jefes militares se encontraban Saturnino Castro y Pedro Antonio Olañeta, miembros de familias locales prominentes, les proporcionaron apoyo. Al igual que ellos, muchos otros vecinos apoyaron la causa del rey por las intensas relaciones familiares y comerciales que los vinculaban con los realistas del Alto Perú. Pezuela castigó duramente a aquellos que habían adherido a la revolución y como el aval al rey se había debilitado, se vio obligado a recurrir al saqueo y a contribuciones forzosas de mulas y caballos necesarios para la movilidad del ejército. Ante esta situación,  las milicias rurales y los paisanos voluntarios resistieron ante esos atropellos.

Así, aumentó el poder de los jefes de milicias y se extendieron los levantamientos de la población rural y creció el poder de Martín Miguel de Güemes, uno de los jefes locales que dirigió la resistencia de campesinos y propietarios rurales del valle de Lerma y enfrentó a las fuerzas realistas. Martín Güemes y José Apolinario Saravia fueron designados por el coronel San Martín a principios de 1814, jefes de vanguardia del Ejército Auxiliar del Norte.

Fue así que, en Salta el movimiento revolucionario alcanzó cierta independencia respecto a Buenos Aires ya que, los miembros del ejército del Norte que reconocían la autoridad de la Asamblea del Año XIII, no podían asegurar el triunfo de la Revolución, que quedó confiada al accionar de las improvisadas milicias locales.

San Martín renunció rápidamente a la comandancia del ejército del Norte y fue reemplazado por Rondeau quien, luego de haber obtenido algunas victorias fue vencido  completamente en la llanura de Sipe-Sipe (29 de octubre de 1815) por las tropas del general Pezuela. Esta situación provocó que se perdiera para siempre la influencia sobre las provincias alto-peruanas. Los españoles consideraron ese triunfo como el principio del fin de la Revolución.

Rondeau regresó a Salta y entregó a Belgrano -restituido en sus funciones ya que fue sobreseído de la causa en su contra- el mando del ejército.

En mayo de 1816, el entonces director supremo, Juan Martín de Pueyrredón, cita a Belgrano en San Miguel de Tucumán donde fue recibido por los diputados que preparaban la declaración de independencia y, en sesión secreta el 6 de julio, les presentó un panorama de la situación política europea y favoreció la instauración de una monarquía.

Entre tanto, el éxito de la campaña de Pezuela incidió para que fuera designado virrey del Perú, dejó comandando las fuerzas realistas al general La Serna, quien se dispuso a invadir el territorio Jujuy y Salta. Belgrano contó como vanguardia a las milicias de Güemes, que lucharon denodadamente contra la invasión realista en el norte. 

Los realistas tomaron Jujuy el 6 de enero de 1817 y avanzaron hacia Salta. En marzo de 1817, las tropas patriotas reconquistan Humahuaca, y a propuesta de Belgrano, el gobierno otorga premios a los vencedores. Belgrano escribe a Martín Miguel de Güemes describiendo las penurias que soportaba su ejército. A pesar de ellas, la campaña de Belgrano con el apoyo de Quemes y sus montoneras, abrió paso a la empresa de San Martín en su esfuerzo para la liberación de otros países.

En junio de 1819, el Directorio ordenó a Belgrano hacerse cargo del ejército que estaba operando sobre Santa Fe. Luego de lo cual solicitó licencia para atender su delicada salud.

Renunciamiento

Luego de la batalla de Tucumán (24 de octubre de 1812) en la que el ejército patriota obtuvo un rotundo éxito sobre los realistas, Belgrano envió al gobierno de Buenos Aires la siguiente nota:

 

Sirvo a la patria sin otro objeto que el de verla constituida, y éste es el premio a que aspiro, habiendo mirado siempre los cargos que he ejercido, según ya otra vez lo he manifestado a esa superioridad, como comisiones que se me han confiado y que por aquel principio he debido desempeñar.
Por esto V. E. me honra tal vez creído de que tengo un relevante mérito y que he sido el héroe de la acción del 24 (se refiere a la batalla de Tucumán), confirmándome en el empleo de brigadier de los ejércitos de la patria y condecorándome con el honorífico título de capitán general del ejército.
Doy a V. E. las gracias más respetuosas; pero hablando verdad, en la acción no he tenido más de general que mis disposiciones anteriores y haber aprovechado el momento de mandar avanzar; habiendo sido todo lo demás obra de mi segundo el mayor general, de los jefes de la división, de los oficiales y de toda la tropa y paisanaje, en términos, que, a cada uno, se le puede llamar el héroe del campo de las Carreras de Tucumán.
Para el bien de la patria ni para el servicio mío, hallo conveniente el título honorífico de capitán general y no veo en él sino más trabas para el trato social, mayores gastos y un aparato que nada importa sino para la vista del vulgar, por cuyas razones V. E. me permitirá, haciéndome una gracia, de que no lo use...

Nota al Gobierno. Tucumán, 31 de octubre de 1812.

 

Las montoneras de Güemes

Text Box:  Martín Miguel de GuemesMartín Miguel de Güemes nació en Salta el 8 de febrero de 1785. Era integrante de una familia acomodada, tuvo una buena educación y adquirió práctica en el manejo de las fincas de su familia. Formó parte del Regimiento Fijo de Infantería de Buenos Aires desde los 14 años y participó en la defensa de Buenos Aires durante las invasiones inglesas.
Producida la Revolución de Mayo, tomó parte en la primera expedición al Alto Perú y en todas las operaciones en esa frontera al servicio de la causa revolucionaria. En 1815, Güemes y sus montoneras derrotaron al ejército invasor al mando de Joaquín de la Pezuela en Puesto del Marqués, actuación por la que el Cabildo de Salta lo honró designándolo Gobernador Intendente de Salta, desconociendo a Hilarión de la Quintana, designado por el director supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata para desempeñar ese cargo. El gobierno de Buenos Aires lo reconoció como gobernador y le encargó la defensa de la frontera por la que peleó junto a Belgrano y a San Martín.
Murió el 17 de junio de 1821 luego de ser herido en una batalla a manos de los realistas con la complicidad de élite local, que después de firmar un acuerdo con el comandante del ejército realista, retomó el control político de la intendencia del territorio.

Cabe destacar que no se puede hablar este período de Estados-nacionales, sino que, se trata aún de las jurisdicciones territoriales heredadas de la corona española. Es necesario ubicar el accionar de Guemes y sus montoneras en el contexto de la guerra altoperuana cuyos escenarios fueron, durante más de una década, las jurisdicciones de Salta, Jujuy, Tarija, Tupiza, Oruro y Cochabamba

Al producirse la Revolución de Mayo, la intendencia de Salta y la región circundante se hallaban inmersas en una crisis económica, producto del decaimiento de la producción minera potosina, intensas sequías y dificultades causadas por el retraimiento del comercio como producto de las guerras. Este cuadro de situación llevó a la sociedad a vivir inmersa en múltiples conflictos.

Por un lado, la élite dirigente oscilaba entre reconocer al gobierno de Buenos Aires y apoyar a los realistas con quienes estaban ligados por vínculos familiares y económicos-. Por otro lado, la situación propició el estallido de grupos rurales y urbanos insurgentes, cuyos miembros provenían de diversos sectores sociales y entrevieron en la crisis revolucionaria la posibilidad de concretar reivindicaciones sociales. Esta situación posibilitó la emergencia de líderes locales que imbricaron la movilización popular en las propuestas políticas revolucionarias, insertándola en el contexto de la guerra de Independencia de América del Sur.

Güemes tuvo a su cargo organizar la estrategia de la resistencia ante los realistas y conseguir los medios para financiarla. Mientras buena parte de la elite altoperuana -como decíamos- trataba de congraciarse con los españoles a fin de continuar gozando de privilegios; el resto de la población padecía las consecuencias de la guerra. Muchos hombres se enrolaron como combatientes; mujeres, niños y también ancianos se desempeñaron como mensajeros, espías y como proveedores de alimentos, armas y municiones.
La movilización de los sectores más pobres de la población se logró a partir de hacer jugar las relaciones clientelísticas, la coacción y la posibilidad de obtener el pago de un salario o, al menos, de lograr la apropiación del botín saqueado. Pero estos motivos quedan cortos para explicar el sostenimiento de una guerra  tan larga y penosa (entre 1814-1821), evidentemente, los paisanos de campaña luchaban también por  concretar una mejora en sus condiciones de existencia y por la obtención de mayores niveles de participación en las decisiones políticas. Güemes logró aunar estas inquietudes con los ideales revolucionarios e independentistas que guiaban su accionar.

Las montoneras de Güemes, como fue llamado este ejército improvisado conformado por grupos de hombres armados montados a caballo o a lomo de mula con poca disciplina militar, fue efectivo gracias a la táctica de guerra de guerrillas que utilizó. Sus miembros conocían muy bien el terreno y entre cerros y valles prepararon exitosas emboscadas a los realistas; además de recurrir al éxodo dejándoles los pueblos vacíos, sin habitantes, ganado, víveres o cualquier otro elemento que pudiera servir al enemigo.

El poderío creciente de Güemes provocó celos en el gobierno de Buenos Aires y también en el general del ejército Rondeau, esta situación concluyó con la invasión a la provincia de Salta a comienzos de 1816 con el objetivo de deponer a Güemes. El intento fue repelido por las montoneras, obligando a Rondeau a pactar con el caudillo. Como consecuencia, éste consolidó aún más su poder.

Belgrano, como comandante del Ejército Auxiliador del Norte, se esforzó por ayudar a Güemes pero pudo brindarle una limitada ayuda, debido a las penurias por las que atravesaba debido a la falta de apoyo del gobierno porteño. Belgrano valoró el aporte de Güemes y sus montoneras en la lucha por la liberación y reconoció que no se podía pedir más contribuciones a una población devastada por la guerra y que buscaba alternativas para sortear sus problemas económicos. Así lo expresó en una comunicación a Güemes:

 

Nuestros comerciantes son tan pobres diablos como nuestros hacendados; todo es miseria. V. sabe que los caudales estuvieron en los europeos y que nuestros paisanos ahora empiezan; si les quitamos las alaDescripción que realiza Belgrano de la Quebrada de Humahuaca en una carta enviada a Güemes. s antes de que crezcan, los dejaremos sin poder volar y por consiguiente sin que nos puedan servir para lo sucesivo. Por otra parte, éste ni es comercio ni merece semejante nombre, son unos vendedores a un pueblo pobre y miserable, cuyas agendas están reducidas a hacer pan y empanadas, las que cesan cuando el pobre diablo del ejército no tiene medio; lo que le sucede muy a menudo.

Tucumán, 14 de abril de 1817 en Epistolario Belgraniano, Buenos Aires, Taurus, 2001.

 

Belgrano y Güemes trabaron profunda amistad. Luego que el Directorio lo relevara del mando del Ejército del Norte y enviara a Belgrano a Santa Fe, la defensa del territorio continuó a cargo de Güemes hasta su muerte

 

Compañero y amigo querido: La extensión que tiene que andar el enemigo si se retira de Jujuy, como lo debemos creer, es mucha y debe concluirse con sólo quitarles del camino las subsistencias. Este debe ser el empeño de López y el de cuantos anden por el Despoblado; que no vaya a suceder lo que con la División 1ra que se retiró, que en todas partes ha encontrado qué comer; porque los indios son incapaces para dejar sus casas y se contentan luego con llorar. Que alejen a distancias todo y entonces se les pueden agarrar cuantas partidas se separen. Hay un lugar excelente para incomodarlos mucho y matarles o herirles bastantes con armas de fuego: este es el cañón de Tumbaya; Purmamarca y aún hasta Hornillos, donde por ambos costados desde las alturas se les puede hacer un fuego acertado. Otros muchos puntos también hay a propósito; en fin los Comandantes si tienen espíritu con los conocimientos prácticos pueden trabajar bien y mortificarlos sin cesar a toda hora y en todo punto.
Rabiaré si los caballos llegasen malos; no sé qué maldición es ésta: se presentan a la vista buenos, me lo aseguran todos y después salimos con que son mancos, cojos, etc., etc. Es imposible que no haya mil picardías en esta materia; lo peor es que no puedo pescar al autor de alguna de ellas.
Madrid, en efecto, me dice que está muy fuerte, y lo creo; no hay duda que tiene suerte y como halla los ánimos preparados contra los tiranos podrá obrar mucho en favor de la causa y por lo pronto trastornar el sistema que habían entablado los inicuos Españoles por la debilidad de nuestros paisanos que parecen criados para la esclavitud. Ya se ve, criados y educados por aquellos pícaros, embebidos en el egoísmo; en el amor a la triste vida, no pueden tener ideas generosas cuales caracterizan a los que han probado el amor a la Patria.
Dije a V. de Moldes que ya había marchado a Mendoza de orden de S.E.; ahora me está con reclamaciones el Eustoquio y quisiera también verme libre de ellas. Adem, Archondo. Con que vea V. modo que Yo salga cuanto antes de estas ridículas atenciones. Como anoche llegó el que me ha traído la carta de V. no se comprarán hasta mañana loe encargos para hacerse bien y pronto; pero se le ha olvidado a V. las medidas de las botas y será bueno me la mande en primera oportunidad para que aquí se trabajen y además encargue a Buenos Aires adonde me dicen las han traído muy buenas los franceses. Para que la medida venga bien le mando el adjunto diseño a fin de que vea V. en qué lugares se toma y se señalen las pulgadas que hay de ancho y de largo.
No hay cuidado que baste para los tales resfríos; ya la máquina está muy cascada y no me han quedado más que las apariencias. Tengo un millón de dolamas y cuando no hay novedad por un lado aparecen por otro; pero como la imaginación está ocupada no me acuerdo las más veces ni de mí mismo.
El correo pasado dije al Director cuanto me ocurrió de V. y de todos los héroes que manda, creo que me oirá; pues estoy convencido de que S.E. también lo está de su mérito, de sus servicios y de que ha sido la muralla de todas estas Provincias.
No quiero decir más sino que soy su siempre amigo.

Manuel Belgrano
Tucumán, 15 de Mayo de 1817
Sr. Dn. Martín Güemes
Salta o donde se halle

Epistolario Belgraniano, Buenos Aires, Taurus, 2001

 

Juana Azurduy en la guerra de independencia

Text Box:   Museo de Armas de la Nación. Sala VIII “Teniente Cnl. Doña Juana Azurduy de Padilla”: Se pueden observar alabardas, picas, lanzas, bayonetas y machetes.